En lugar de hacer todo el recorrido por carretera desde Barcelona hasta Bosnia, optamos por lo más razonable, tomar un ferry que nos llevase a Split. Pero para ello tuvimos que hacer un poco de moto hasta Ancona, en Italia; allí tomar el ferry hasta Split; hacer noche en Hvar, donde tomaremos otro ferry que nos dejará en Stari Grad, Dalmacia. Pero vayamos por pasos.
El ferry nos deja en Split a las 7 de la mañana, y vamos directos a sacar los billetes para mañana a Hvar y pasado desde Sucuraj, ya que sólo se pueden comprar in situ, no hay reservas por teléfono, fax o Internet. En el hotel, un edificio histórico en la zona peatonal, nos preparan a las 8 un reconfortante desayuno, que luego no nos cobrarían. Nos cambiamos de ropa y vamos a patear la ciudad, cuyo centro histórico es Patrimonio de la Humanidad. El emperador Diocleciano hizo construir un palacio con su mausoleo en el interior, con forma de campamento militar romano. Tenía 215 por 115 metros, murallas de hasta 28 m de altura reforzadas con torreones y puertas que daban entrada a las vías Cardo y Decumanus. El emperador se retiró y murió allí en el 316 y su sarcófago se sacó en el siglo VI para construir una catedral sobre los restos del mártir Duje. Perdura en su estado original y en el interior hay dos hileras de columnas corintias originales que sustentan un friso con escenas de Eros y medallones de Diocleciano. Con 39ºC visitamos la lonja y el colorista mercado de flores y frutas. El mejor paseo en esta increíble ciudad es al bajar el sol, por las calles más estrechas del mundo o “déjame pasar” y por la Riva, cenando pescado fresco y tomando una copa en las terrazas. El 25 de junio es el día de la liberación de Yugoslavia, con el 95 % de la población croata, y hay una minoría autóctona italiana de los tiempos de Diocleciano.
El barco sale a las 8.30 a.m. y llega antes de las 11 a Stari Grad, el pueblo más antiguo de Dalmacia. Cuesta 162 kr (2 personas y la moto) y hay 8 trayectos al día en verano. La isla mide 68 por 11 km y es considerada una de las 10 más bellas del mundo. Es Patrimonio Mundial de la Unesco por poseer el único testimonio existente del sistema de cultivo de viñedos y olivares desde la colonización por los griegos en el 385 a.C. Marcaron en la llanura un punto de partida y con instrumentos de medida la dividieron en parcelas de 1 a 5 estadios (180 por 900 m). En piedra esculpían el nombre del propietario. Por la tarde recorrimos el precioso paseo de ronda y disfrutamos de los colores del mar. Visitamos el pueblo dominado por la fortaleza Spanjola y en cuya plaza, la más bella de Dalmacia, están la lonja veneciana, la catedral, los palacios de Groda y el teatro más antiguo de Europa (año 1612). Una joya rodeada de casas renacentistas.
Atravesando los campos de lavanda llegamos tras 80 km virados a Sucuraj. La carretera engaña, erramos el cálculo y perdemos el ferry. Tendremos que esperar a la tarde. Ya en el continente, seguimos la costa hasta el desvío que nos llevará a Mostar (Bosnia). Tardamos sólo 10 minutos en pasar la frontera. La visión actual de Mostar es de barrios de casas nuevas blancas y todas iguales, que esconden el reducido núcleo antiguo. Sólo el puente viejo y las calles que desembocan en él tienen el regusto de antaño, la mezquita permanece tapiada y se construyó una nueva. El puente otomano del siglo XVI separaba (o unía) etnias que convivían y su destrucción simbolizó la ruptura de la tolerancia. Tras la reconstrucción en 2003, fue declarado Patrimonio de la Humanidad como signo de la cooperación internacional y de la coexistencia multicultural, étnica y religiosa. Antes de ello se usó un puente atirantado que colocaron los ingenieros y tropas españolas de la ONU. Nos hacemos la foto en el mismo enclave que en 1989 (puente original) y sólo las casas no existentes o sin tejado dan fe de las diferencias. Cenamos barato y bien a orillas del río Neretva. La cocina tiene influencias turcas y griegas con platos como el cevapi (minisalchichas) con pan de pita. Por la noche hay mucho ruido de los bares musicales de la ciudad vieja.
De Mostar a Jablanica nos aconsejan un recorrido alternativo subiendo la montaña hacia Ruiste. Fabulosa la carretera y las vistas hasta llegar a la cima, donde se convierte en pista. Volvemos a la nacional, que hasta Jablanica es pintoresca y nueva siguiendo el curso del río. Se atraviesa una zona boscosa hasta Donji Vakuf y después es todo llano. Zenica no tiene atractivos, además es difícil encontrar bares en los que sirvan alcohol.
Subimos hacia Doboj por la nacional, de un solo carril y con un tráfico que desespera. Continuamos al oeste hacia Banja Luka y después al este a Tuzla, encima de Srebrenica y cerca de Serbia. De Tuzla vamos a Olobo y comemos los dos por 12 euros. Tomamos la secundaria que sigue el río con una garganta preciosa durante 40 km, aunque en algunos tramos no caben dos vehículos y hay que atravesar puentes de maderos de dudoso estado. La moto hace un ñiqui-ñiqui y nos planteamos un cambio de ruta, ya que no hay concesionarios BMW en Bosnia, Montenegro o Albania. Tras lavar la moto, el ruido desaparece, ¿el jabón habrá engrasado algo?]]> content_subtitle_h3 <![CDATA[Día 6. De Zenica a Sarajevo (80 km)
Es una carretera monótona con un tramo de autopista. Dentro de los Alpes dináricos, está a 700 m de altura y rodeada por frondosas montañas de más de 2.000, la capital de Bosnia es una ciudad animada con orificios de artillería en sus edificios, mostrados como cicatrices de guerra. Llamada la Jerusalén de Europa por su diversidad religiosa, que tras la guerra pasó a ser mayoritariamente musulmana. El hotel con encanto es una mansión otomana en la que nuestra habitación de 70 m debió de ser el salón de recibir. Los cuadros y muebles son originales. Comemos junto al último puente, con vistas panorámicas y café bosnio (turco) a 39 grados. Nos refugiamos hasta la noche; cuando todo se anima, hay música en directo y las terrazas se llenan.
El navegador no reconoce la carretera a Belgrado y nos envía por una paralela en obras, con túneles de una sola dirección en los que tocas la pared con los brazos y finalmente sin asfalto. Volvemos a la nacional que sube y baja entre 300 y 1.000 m con muy buen asfalto. Cada vez es más divertida y boscosa, hasta llegar a la estrecha y bella garganta del río Dina que conduce a Visegrad y su puente otomano. Data del 1577, en la vía Sarajevo-Estambul, y lo dirigió el arquitecto imperial otomano. Con sus 179,5 m de longitud, 11 arcos de mampostería con aperturas de 11 a 15 m y una rampa de acceso con cuatro arcos más, fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Comemos el rico plato Visegrad (trozos de carne diversa con salsas y verduras). No nos queda más moneda y nos invitan a café. El paso a Serbia es fácil y sin colas, el aduanero tiene cara de pocos amigos. Dirección a Belgrado tomamos el desvío a Zlatibor, estación de alta montaña. Son 40 km entre montañas y bosques a 1.000 m. El paisaje recuerda la alta montaña de los Alpes. El idioma es complicado y se hace difícil entenderse con ellos.
Hay 80 km espectaculares hasta la frontera con Montenegro, con bosques de pinos negros y abetos, carretera ancha y virada. La frontera está a 1.200 m de altura y hace mucho calor. Los aduaneros nos hacen pasar delante de los coches para los trámites y allí coincidimos con la primera pareja motera del viaje, que nos pregunta por el estado de la carretera en Bosnia. Entre suaves gargantas entramos en el parque Durmitor e, impresionados, bajamos a hacer fotos en el enorme puente sobre el cañón del río Tara. En 22 km de preciosa carretera llegamos a Zabljak, a 1.400 m de altura, donde los tejados de las casas son tan inclinados, que casi tocan el suelo. Los cajeros sólo dan euros y en el hotel nos aclaran que en el país se usa el euro y sólo hay moneda local en el banco central de Podgorica. Esa noche vimos (en la RAI) a España ganar a Italia el Europeo de fútbol.
Y aquí lo dejamos hasta dentro de quince días, cuando relataremos el final del viaje en una segunda entrega.