Aquel viaje en moto por Nepal, cuando no había móviles ni GPS…

Aquel viaje en moto por Nepal, cuando no había móviles ni GPS…

En moto por Nepal

Durante toda mi vida he intentado compatibilizar tres de mis grandes aficiones: la moto, los grandes viajes y el alpinismo.

Cuando era más joven y no tenía cargas familiares pude ir haciendo realidad algunos de mis sueños. De este modo, un verano cargué hasta los topes mi Africa Twin 750 y me fui hasta los Alpes suizos para escalar el mítico Cervino o Matterhorn (4.475 m) en solitario, por la clásica vía Hörnli. La sufrida e indestructible Africa soportó los aproximadamente 50 kg de equipaje que le até encima con pulpos. Ese verano y no contento con eso, me fui con ella hasta Santiago de Compostela, tras regresar de Suiza.

Pero mi gran sueño era ver un 8.000, las cimas más altas del mundo en la cordillera del Himalaya.

A principios de los 90 Nepal era un país que hacía muy poco había abierto sus fronteras al turismo, y no había mucha información sobre este pequeño y fascinante lugar. De este modo, en 1995, sin la facilidad que ahora nos da internet, me informé con algunos libros de aventureros y expedicionarios, amén de conseguir algunos detallados planos. No, tampoco había móviles, ni GPS…

En el consulado de Nepal en Barcelona adquirí el visado necesario y también me informé de los permisos que precisaba para poder realizar el recorrido que quería hacer por allí, que no era otro que llegar al campo base del Annapurna (8.091 m, con el campo base situado a 4.150 m) y luego desplazarme en moto hasta el oeste del país para poder ver otro 8.000, en este caso el Dhaulagiri (8.168 m).

El bello y caótico Nepal

Katmandú me pareció una pequeña Calcuta: bella, colorida y caótica, con calles estrechas llenas de gente, bicicletas, triciclos, motos, vacas y perros. Decidí inmediatamente que no sería un buen lugar para moverse en moto, así que centré mi atención en buscar el bus que debería llevarme a Pokhara, justo en el centro de Nepal, para comenzar el trekking hacia el Annapurna. Preguntando se llega a Roma, y rápidamente localicé el sitio de salida, en el que debía estar a las 6h de la mañana.

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El viaje de 200 km en bus llevó unas 9h, ya que la carretera no era precisamente similar a las que aquí conocemos. Tampoco os aburriré con mi ascenso hasta el campo base del Annapurna, porque no es un tema motero, pero fue una excelente aventura, con selva, torrentes, mucha lluvia, sanguijuelas y muchas otras cosas….

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Mi intención al regresar a Pokhara, tras nueve días de selva y montañas muy altas, era ir hasta Baglung, en el oeste del país, en una moto. Desde allí podría ver el Dhaulagiri muy, muy de cerca.

Un amable lugareño me acompañó hasta el centro de la ciudad, en un lugar donde alquilaban motos. Mi ‘maravilla’ sería una Escors 125, una 2T de cuatro marchas hecha en la India, con aspecto de Bultaco Brío y de la que nunca había oído hablar antes. El siguiente paso fue ir a la policía de Pokhara para conseguir el permiso imprescindible para poder viajar hasta allí, ya que el oeste de Nepal no era accesible al turismo en aquella época. Conseguido mi salvoconducto, fui a dormir a una casa que me habían recomendado.

Camino de Baglung

Me levanté temprano para preparar mi mochila y buscar un sitio donde llenar el depósito. No os he contado que en el sitio donde alquilé la moto me prestaron un casco integral de la época de Agostini, sin visera y con un roñoso espumado que había pasado a mejor vida hacia años, pero prefería eso a nada, visto el tráfico y las pseudocarreteras locales.

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Preguntando a la gente del lugar y tras unas cuantas vueltas localicé la carretera hacia Baglung… o lo que allí consideraban carretera. Lo bueno de mi montura es que era ligera como una bicicleta y no corría, así que si me iba al suelo no iba a ser a gran velocidad.

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No tardé en encontrar el primer puesto de control policial. El trámite era entrar en la pequeña oficina, responder a varias preguntas -de todo tipo: más bien tenían curiosidad de ver a un occidental en moto por aquellos lares…- sellar mi visado, y a seguir hasta el siguiente control.

Obviamente la carretera era muy estrecha, por la que pasaba un solo vehículo. En Nepal funciona la ley del más fuerte, así que cuando venía un coche, o especialmente un camión en dirección contraria, tenía que buscar rápidamente un lugar por donde salir de la carretera y dejarlos pasar. En alguna ocasión me fue de pelos, porque parar, no paraban. Simplemente hacían sonar el claxon, advirtiéndote que era mejor que te hicieras a un lado…

Por si faltaba poco…

A medio camino, el monzón (he de explicar que fui a Nepal en agosto, en plena época del monzón. Llueve casi cada día, provocando inundaciones en algunas partes) había provocado un torrente que cruzaba la carretera, además de haber movido tierra.

Estuve un buen rato explorando el mejor lugar para cruzar aquel contratiempo con mi pequeña Escors. Finalmente encontré un paso que no parecía demasiado profundo y con mucho cuidado conseguí atravesar aquel furioso cauce.

Un par de horas más tarde, unos cuantos camiones que me echaron fuera de la carretera, y un puesto de control policial más, llegué a Baglung.

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No tardé en encontrar un hostal donde dormir, regentado por una familia numerosa. Los chicos mayores estaban encantados con mi llegada, anunciándome que eran de los pocos que tenían tele y vídeo, y si aquella noche no se iba la electricidad (un fenómeno muy común), podríamos ver una genial película de un tipo muy fuerte llamado Arnold. “¿Schwarzenegger?”, les pregunté. “No, no, he is not Zeneger: his name is Arnold”, me respondieron mis nuevos amigos.

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Desgraciadamente y como era de esperar, aquella noche no hubo luz eléctrica y no vimos la peli de Arnold 'not Zeneger', pero disfruté de una agradable cena familiar a la luz de las velas.

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Por la mañana di una vuelta por la también ajetreada Baglung. Por lo visto era el único extranjero allí, la gente me miraba con sorpresa y me sonreían, pero pronto me centré en mi objetivo, que era ver el Dhaulagiri. Saliendo con mi Escors de la ciudad pronto pude ver su inmensa mole, elevándose majestuosa hacia el cielo, cubierta de nieves eternas.

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Estuve más de una hora contemplando aquella magnífica visión, sabedor que posiblemente no volvería a verla nunca más. Luego di un par de patadas a la palanca de arranque de mi pequeña compañera y emprendí el camino de regreso… Me esperaban unas cuantas horas de malas pero encantadoras carreteras, camiones, controles policiales y torrentes por cruzar…

Hoy en día Nepal es un país distinto, mucho más moderno y adaptado al turismo. Las carreteras son mejores, hay internet y puedes alquilar una Royal Enfield para recorrerlo. Pero en aquel momento, mi Escors 125 y mi mapa fueron unos excelentes compañeros de viaje.

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