Viaje al Nordkapp con tres ¡Honda CB250! (2ª parte)

El décimo día ha de ser el último antes de llegar a Nordkapp. Nos levantamos a las 7.30, con dos grados en el exterior, un sol precioso y ni una nube en el cielo. Cosquillitas en los depósitos para despertar a nuestras pequeñas, y ¡gas!

La carretera E10 que va de punta a punta de las islas Lofoten es revirada y divertida. Los paisajes son indescriptibles. Seguimos pensando que Lofoten es como un mundo paralelo al real. Hay que vivirlo. La combinación entre agua, montañas abruptas, hielo y nieve es bestial. No podemos parar de hacer fotos y vídeos.

En una de las paradas, Santi confiesa que lleva 20 km con la reserva. Hace rato que no vemos una gasolinera. A pesar de ir con las mismas motos, la de Santi siempre consume más que las otras. Quizás por ser una veterana de 20 años... Salimos de las islas Lofoten para empezar el último tramo hacia Nordkapp. Quedan unos 600 km.

Al entrar en Sørkjosen, se oye un ruido muy feo de la moto de Santi. Pero muy feo. Paramos en la entrada del pueblo, a la puerta de un edificio que resulta ser un supermercado y hotel el piso superior. Se encienden todas las alarmas. La sujeción del plato con la llanta se ha roto. El apaño de las arandelas en Göteborg ha durado casi 3.000 km. Pero ha cedido. La veterana ha dicho que no sigue.

Santi y Rubén empiezan a pensar cómo arreglarlo. Ángel entra en el hotel para buscar habitación. Hoy seguro que nos quedamos aquí, y quizá unos cuantos días más.

Preguntamos al dueño si sabe de un mecánico cerca, que tenemos un problema con la moto. El hombre se interesa por el tema y quiere ver la moto. Santi le explica el problema, y le dice que necesitamos un taladro y unos pasadores con sus tuercas. El hombre parece uno más de la expedición. Nos hace entrar la moto en la parte trasera del supermercado, donde tiene el almacén y varias herramientas.

Manos a la obra. Pero surge un problema. Justo al agujerear la llanta, los agujeros coinciden con los nervios del buje. Hay que pensar otra opción.

Ángel está escribiendo esto y cruzando los dedos para que encuentren una solución. La suerte es que hoy, por tarde que sea, no se nos va a hacer de noche. Vivimos el sol de medianoche.

Finalmente, se soluciona cortando unos tornillos y soldándolos entre sí a los pasadores que entran desde el plato. El dueño del hotel, Einar, es nuestro héroe. Hizo varios viajes a su casa particular para traernos la máquina de soldar, herramientas, etc...

El undécimo día, la moto de Ángel tiene mal despertar y empieza a hacer un ruidito curioso en el motor. A 400 km de Nordkapp y ¡¡¡empiezan todos los problemas!!!

No hemos hecho ni 50 km y paramos en el arcén. El ruido va a más.

Otra vez a jugar a los mecánicos. Creen que el ruido viene de la parte superior del motor. Desmontan la tapa de balancines y ven que la cadena de distribución tiene un poco de juego. Parece que el tensor no acaba de funcionar correctamente y se está destensando la distribución.

Estamos a 200 km de nuestro destino en forma de bola de hierro. Subimos un puerto de montaña y el frío empieza a ser duro de verdad, con un fuerte viento, acompañado de los renos, que no paran de cruzarse por la carretera. Puños calefactables a tope, nos hacemos pequeños detrás de las cúpulas y aguantamos todo lo que podemos. Rezando para que no sea así hasta Norddkapp.

Al salir de las montañas, el frío se hace más soportable. Solo nos queda llegar donde la tierra termina.

Los últimos kilómetros son menos duros de lo esperado. Nos habían avisado de unas rachas de viento tremendas, rozando la peligrosidad, y un frío demoledor. Pero el tiempo nos ha dado una tregua y podemos disfrutar de la llegada. Hace frío, por supuesto, pero lo podemos soportar.

La llegada es indescriptible. En un primer momento no vemos la bola de hierro, porque queda detrás del edificio que hay. Sorteamos el edificio por la derecha y allí está. Toda para nosotros. Nordkapp es nuestro. Hacemos 1.000 fotos y nos gustaría estar más rato, pero el frío es tal, que al final no podemos hacer ni fotos, pues no nos notamos las manos.

Volvemos atrás dirección Honningsvåg, donde hacemos noche en un acogedor hotel.

El duodécimo día nos levantamos a las 8 y vamos a dar una vuelta por el pueblo. Todo es de Nordkapp aquí.

Dejamos atrás el frío del norte con un bonito sol. O eso creíamos, porque al esconderse el sol, el duro frío nos ha recordado que seguimos muy al norte todavía.

A los pocos kilómetros entramos en Finlandia. Atrás queda una Noruega que nos ha cautivado a los tres. Por su gente, sus paisajes, su tierra... y su frío.

El paisaje ha cambiado. Las montañas han dejado paso a unos bosques inmensos, sin altos y bajos, y carreteras con rectas interminables. Ahora vamos una hora adelantados a la hora que teníamos. Paramos en un camping en Inari.

Estamos en el decimotercer día. Nos despertamos a las 7.30. Temperatura ambiente, 3 grados. Rodamos dirección Rovaniemi, a visitar a Papá Noel. Nos hemos abrigado con todo. Pero los primeros kilómetros son duros. Vamos pasando por gasolineras que marcan 4 grados.

Las carreteras son aburridas. Como ayer, desde que entramos en Finlandia. Grandes rectas con cambios de rasante y muchos árboles a ambos lados. A medida que nos acercamos a casa de Santa Claus, sube un poco la temperatura. Lo justo para sentirnos bien, con la cantidad de ropa que llevamos encima.

Papá Noel no tiene una casa. Tiene un gran complejo dedicado al barbudo más famoso, en el que podrías pasar un día entero. Suponemos que en Navidad o en vacaciones habrá más gente, porque hoy no había prácticamente nadie. El recinto es muy bonito. Suenan villancicos de fondo... ¡¡¡Aquí siempre es Navidad!!!

Tanto la entrada al recinto como visitar a Papá Noel es gratuito. Pero no se pueden hacer fotos ni vídeos. Si los quieres, hay que pagarlos.

A unos 50 km de Oulu, paramos en un bonito camping, a la orilla del mar Báltico. A los pocos kilómetros de emprender la marcha del decimocuarto día, empieza a llover. No muy fuerte, pero sin parar. Tocaba cruzar Finlandia de noroeste a sureste. Las carreteras, iguales que ayer.... y anteayer... aburri¬das. Hemos dormido 6 horas y a veces nos cuesta mantenernos despiertos en las motos. Aguantamos el chaparrón de agua hasta los últimos 100 km de Finlandia. Deja de llover, y por fin ¡¡una carretera con curvas y divertida!!

Paramos a comer algo a unos 40 km de la frontera. Es temprano. Nos da tiempo a entrar en Rusia y hacer unos cuantos kilómetros. En la frontera, primero el control finlandés. Poca cosa.

El lado ruso ya es otra historia. Primero control de pasaporte y vehículo. No hay problema. Siguiente paso, llenar un formulario con datos personales, del vehículo y pertenencias. Nos hacen esperar porque no tienen impresos en inglés. Llenamos los impresos medio a la quiniela porque no nos enteramos de casi nada, y allí nadie habla inglés.

Les entregamos los impresos. Se ríen en nuestra cara y nos los hacen repetir. A saber lo que hemos puesto. Con tanto rato esperando y rellenando papeles, toca cambio de turno. Los que acaban, se van antes, y los que entran, se lo toman con calma... Van pasando las horas.

De pronto entra un ruso de uniforme en la sala. Deja que la puerta se cierre de un portazo y se queda serio mirando a los que estamos esperando a que nos atiendan. Hay un gran silencio en la oficina.

De golpe, empieza a sonar la melodía de Indiana Jones. El hombre se pone la mano en el bolsillo, saca el móvil y descuelga. No nos podemos aguantar la risa. Finalmente, después de más de tres horas, entramos en Rusia. Está todo en muy mal estado. Desordenado, sucio. Ir en moto por Rusia es un deporte de alto riego.

Vamos haciendo zigzags continuamente esquivando los tremendos agujeros del pavimento.

Desde la frontera hasta Vyborg, donde dormimos, cruzamos dos casetas con militares y una barrera cerrando el paso. Por suerte, las dos veces están parando a los vehículos que van en sentido contrario.

Hemos puesto en el GPS la dirección de un hotel. Entramos y da un poco de cosilla. Está en medio de un barrio que no parece muy recomendable. No nos atrevemos a dejar las motos solas ni un segundo. Mientras dos entran a preguntar, otro se queda vigilando. Nos miran como a bichos raros.

Nos marchamos del hotel. No nos inspira nada de confianza.

Buscamos por la ciudad y encontramos otro. Este nos gusta más.

Hablamos con la recepcionista escribiendo en el Google Translator. Directamente nos dice que dejar las motos en la calle no es seguro. Las dejamos en el parquing de otro hotel cercano. Por 10 e las tres motos. Vale la pena dormir más tranquilos.

En la próxima revista el desenlace del viaje…

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