En mi periplo por el Mundial de Superbike, que llevo haciendo desde 2005, este año viajé hasta la prueba de Imola con una Suzuki V-Strom 1000 perfectamente equipada por Shad. De entre las pruebas europeas, la de Imola tiene un sabor especial, tanto por su ambiente como por le hecho de que el circuito está emplazado en un parque, rodeado de árboles y en él se respira esa atmósfera que solo puede transmitir años de historia.
Llegué al circuito propiedad de Ferrari, doce horas después de salir de Barcelona. No es la primera vez que hago este largo viaje atravesando Francia y subiendo hasta este pueblecito de la Emilia Romagna desde Génova. Para llegar a este rincón cercano a Bologna, donde lucía el sol y me encontré flotando en el ambiente un molesto polen sustentado en el aire, recorrí exactamente 1.199,8 kilómetros hasta el hotel. La Suzuki consumió para ello unos 90 litros de gasolina por los que pagué 145 euros, a los que hay que sumar 75 más en peajes.
Creo que casi todos los tragamillas que viajamos por Europa estamos de acuerdo en que cruzar Francia, y me refiero a simplemente cruzarla para acceder a otro país sin poder disfrutar de lo mucho y bueno que tiene el país vecino, puede ser aburrido, sobre todo si lo haces por autopista. Además la gasolina es cara, sobre 1,56 euros por litro en función de la petrolera. Pero siempre hay soluciones para salirse de la monotonía, y una de ellas es dejar la autopista para entrar en Arles, dar un paseo por sus calles y comer algo. En este sentido, los franceses son unos maestros, pues hay menús económicos, bien servidos y apetitosos por doquier. Arles no es una excepción.
A apenas media hora de Nimes, en Arles, hay cantidad de monumentos romanos y medievales, además de un importante anfiteatro. La ciudad por la que cruza el Ródano da acceso a un inmenso delta, comparable al de nuestro Ebro. Por otra parte, por Arles pasaron pintores impresionistas y vanguardista de finales del siglo XIX y principios del XX, como Van Gohg o Picasso, y hay varios museos donde comprobar su paso por esta agradable ciudad de La Provenza.
Después de esta paradita, el viaje es más agradable, sobre todo llegando a la Costa Azul, porque la autopista es más revirada, el paisaje nos obsequia con un azul más Mediterráneo y la brisa que te azota la cara tiene un inconfundible sabor que me resulta familiar. En las salidas de los peajes es habitual el sonido de coches con muchos caballos de potencia, signo inequívoco de que estamos cerca de Mónaco.
La ruta hasta Italia por la “autoestrada” es divertida, de sobras conocida, con mil curvas, túneles, los Alpes marítimos a la izquierda y el Mediterráneo (que no falte) a la derecha. Me detuve en San Remo y bajé hasta la ciudad famosa por su festival de música, que se estaba engalanando para recibir al Giro de Italia.
Hay que cruzar más de cien túneles de diferente longitud hasta llegar a Génova y desde allí empezar a subir en dirección al norte de Italia. Poco antes de llegar a Génova y con la noche casi encima, me desvié en dirección a Milán y después hacia Bolonia. Situado a 40 kilómetros de Bolonia, la ciudad donde está la fábrica de Ducati, Imola, es una población encantadora.
El circuito está situado en el denominado Parco delle Acque Mineralli, que es el pulmón de la ciudad de Imola. Conocida en la época de la Roma clásica como Forum Cornelli, actualmente la población está sobre los 80.000 habitantes y sigue siendo una región básicamente agrícola, aunque lo cierto es que sobre todo es conocida por su circuito, el mítico Autódromo Enzo e Dino Ferrari. Un trazado que se adapta tanto a las carreras de automóviles como a las de motocicletas.
Tristemente famoso porque Ayrton Senna perdió la vida en la pista hace 20 años, el circuito y todas sus estructuras se renovaron y mejoraron por completo, con unos trabajos que se iniciaron en el mes de noviembre de 2006 y acabaron en septiembre de 2007. El trabajo de reestructuración se hizo bajo la supervisión del alemán Hermann Tilke. El circuito se bautizó Dino Ferrari y se añadió el nombre de Enzo, cuando este falleció. Al contrario de otros muchos trazados, en Imola se gira en el sentido antihorario.
La historia de este circuito se remonta a los años 40, cuando para dar oxígeno y trabajo a la precaria economía de la posguerra, se organizaron una serie de trabajos públicos como la construcción de una carretera que conectaba la vía Emilia, donde hoy día se sitúa la curva Rivazza del circuito, al “paesino” (aldea) de Codrignano, hasta la curva actual de la Tosa.
Con esta pequeña infraestructura viaria, cuatro imoleses apasionados a las carreras (Alfredo Campagnoli, Graziano Golinelli, Ugo Montevecchi y Gualterio Vighi) decidieron hacer un circuito entre aquellas colinas. A estos cuatro aficionados se les unió Checco Costa, padre del famoso doctor Claudio Costa y persona clave en el desarrollo del futuro deportivo de la pista de Imola.