Triumph Bonneville Bobber: Espíritu rebelde

Triumph Bonneville Bobber: Espíritu rebelde

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Triumph no deja de levantar pasiones con su exclusiva y cada vez más numerosa gama Modern Classic. Bonneville, Thruxton, Scrambler o Street Twin son solo algunos de los nombres importantes que la for­man, aunque lejos de quedarse ahí, la firma británica tiene un nuevo nombre que sumar al grupo.

Lo último en salir de las cadenas de montaje de Hinckley es la exclusiva Bonneville Bobber, una preciosidad con el estilo propio de las primeras modificaciones hechas en Estados Unidos a finales de los años cuarenta.

Ellas son las primeras custom de la historia, creadas por soldados licenciados de la Segunda Guerra Mundial que, tras probar las motos euro­peas, decidieron transformar sus voluminosas y pesadas Harley-Davidson o Indian y hacer de ellas unas motos más ligeras y de talante más deportivo.

Siempre original. En cierto modo esto es lo que han hecho en Triumph con su nueva Bonneville Bobber, aunque en su caso se ha partido básicamente de cero. No estamos hablando de una transformación o modificación, el proyecto Bobber va bastante más allá del recorta y quita de las primeras versiones de los cuarenta, lógicamente queda patente el ADN de la T120 en muchos aspectos de la moto, pero en ningún caso se puede decir que parta plenamente de ella.

En cuanto te acercas a un metro, se nota que los técnicos británicos se han empleado a fondo, para, una vez más, unificar de forma increíble lo nuevo y lo clásico. Y es que si algo bueno tiene esta recién llegada, es precisamente su fidelidad estética con los modelos de antaño; el diseño, la calidad de acabados premium y la originalidad de sus formas nos convencen de que nos encontramos ante una moto muy exclusiva y muy diferente.

Exclusiva no solo por su calidad, sino también por su filosofía, pues hay que reconocerle a Triumph el valor de lanzar en estos días una moto monoplaza… Lejos de entrar de nuevo en una valoración de su seductora apariencia e innovador equipamiento, de los que ya hemos hablado ampliamente tanto en la revis­tas dedicadas al Eicma de Milán como en su reciente presentación estática celebrada en Londres, vamos a centrarnos en su comportamiento que, al fin y al cabo, es para lo que nos desplazamos a la bulliciosa ciudad de Madrid y alrededores.

No os voy a engañar, lo primero que quería probar de la nueva Bobber era su original asiento flotante, en el que, la verdad, no tenía muchas esperanzas depositadas. Pero me sorprendió, y gratamente, pues además de sujetar las posaderas perfectamente, el hecho de poder variar su distancia/altura (eso sí, con herramientas) nos ayudó a encontrar una postura relativamente có­moda con la que afrontar la magnífica ruta que la gente de Triumph nos tenía preparada.

Partiendo de ahí, hay que decir que las buenas noticias llegaron en cadena, lejos de encontrarnos una moto lenta y poco dispuesta a afrontar carreteras de curvas, como de costumbre en la gama Modern Classic, la Bonneville Bobber fue dinámicamente una delicia. El trabajo realizado en las suspensiones y chasis es magnífico, sobre todo por la complejidad para colocar el amortiguador posterior que, a pesar de su corto recorrido y dispo­sición, llegó incluso a ofrecernos cierta progresividad sobre firme bacheado.

En colaboración con la horquilla –y su considerablemente cerrada geome­tría–, se deja conducir de forma impecable, hay que trabajar un poco sobre la dirección para enlazar curvas de forma rápida, pero no es, ni mucho menos, igual de cabezona que la mayoría de su competencia. Tiene un toque de de­portividad al que te acabas enganchando, al demostrar si se lo exigimos un rápido y siempre estable paso por curva que nos permite mantener un ritmo poco frecuente en este tipo de motos. De hecho, lo único que te impide ir mucho más rápido es la facilidad con la que rozan sus estriberas al inclinar, algo que en curvas muy cerradas llega a ser demasiado habitual.

Cuando te detienes a pensar, llegas fácilmente a la conclusión de por qué la Bobber se comporta como lo hace; el peso de su motor está muy cerca del suelo, tiene una distancia entre ejes considerable y goza de lujos como, por ejemplo, unos neumáticos hechos a medida. Si además le su­mamos unas suspensiones que cumplen y un motor con un rango de uso muy práctico y de comportamiento exquisito (el embrague asistido es de mantequilla), nos van saliendo las cuentas.

El propulsor es el de la T120, aunque con modificaciones en admisión, escape y electrónica que le aportan un carácter aún más maduro (gozaréis con su sonido) y una respuesta a medio régimen incluso más llena que en el caso de la T120.

Por supuesto, se mantiene todo el paquete electró­nico, en el que encontramos elementos como dos mapas de potencia, el control de tracción o el mismo ABS de serie, estos dos últimos con una intrusividad bajísima incluso en las resbaladizas condiciones que tuvimos que probarlas.

Triumph ha creado un pack tan equilibrado y bien compensado que lle­garemos a exigirle más de lo lícito en una Bobber. Esto sucederá sobre todo en la frenada, donde a pesar de la buena labor realizada en general por los elementos disponibles –con especial atención al tacto del conjunto anterior–, acabaremos exigiéndoles un poco más de potencia para apurar un poco más las frenadas.

Y es que la nueva Bonneville Bobber no te deja indiferente, su fuerte personalidad se traslada a absolutamente todos sus aspectos, lo que da lugar a una moto exclusiva, diferente e icónica. Lógicamente esto también se aprecia en detalles como el precio, que variará de un color a otro. El más asequible es el modelo negro o Jet Black, que saldrá a la venta por 12.900 euros, para tonalidades más sofisticas o versiones con dos colores, los precios estarán entre 13.025 y 13.200 euros.

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