Ruta motera por Irlanda (2ª parte)

Con un cielo nublado, pero sin lluvia, parti­mos hacia el primer objetivo, el faro de Loop Head, dejando atrás la pequeña ciudad de Kelkee, desde donde nos internamos por una pista rodeada de un ambiente bien rural, con muchos estableci­mientos dedicados a la ganadería. El lugar es mágico, el faro se eleva sobre unos impresionantes acan­tilados que no tienen nada que envidiar a los famosos Moher, con la ventaja de que no hay práctica­mente nadie, por lo que podemos sacar muchas fotos donde solo la naturaleza es protagonista.

Desde Kelkee, tomamos la N 67, pasando rápidamente por Doonberg, una pequeña pobla­ción que, como tantas, luce ruinas que se elevan hacia el cielo atra­padas por hiedras y desafiando el paso del tiempo. Más adelante, la ruta casi toca el mar, precisamen­te en Spanish Point, lugar donde en 1558 una tormenta destruyó numerosos barcos de los 130 de la Armada Española que por orden de Enrique III habían intentado invadir Inglaterra. Contemplamos la playa elegida por muchos surfis­tas y allí emocionado extiendo mi bandera española en homenaje a mis compatriotas muertos que en algún momento se creyeron inven­cibles... es curioso que siempre fuimos y seremos unos Quijotes.

Rápidamente por la R 478 llega­mos a los famosos Cliff Of Moher, unos acantilados con una exten­sión de siete kilómetros y que en algunos lugares llegan a tener más de doscientos metros de vertigi­nosa caída vertical al mar. Los Cliff son de obligada visita, sin duda de los monumentos naturales más imponentes de Irlanda, y a pesar de la cantidad de gente que los visita, se pueden encontrar lugares donde sacar buenas fotos sin presencia humana, al contar además con una senda lateral fuera del parque donde el vacío se encuentra directamente al costa­do del precario caminito, eso sí, ¡cuidado con los resbalones!

De nuevo sobre las motos y hacemos un breve alto en Doolin, desde donde parten barcos para visitar las islas Aran, para seguir rumbo a Black Head circulando por otro encantador tramo que se interna un poco para nuevamente asomarse al mar y pasar por The Burren, un extraño macizo calcá­reo que bordea el Atlántico.

En el horizonte apareció la bahía de Galway, donde descargaban fuertes chaparrones sobre el agua, lo que junto a unos rayos de sol que se colaban entre las pesadas nubes nos regalaron un increíble arcoíris sobre la cresta de las olas.

Dejamos atrás Black Head y Fanore y llegamos finalmente a Ballyvaugham, un precioso pue­blito lleno de flores donde nos instalamos en un cómodo B&B para luego disfrutar de una cami­nata antes de cenar y retirarnos a descansar temprano, pues nos esperaba un largo recorrido al día siguiente.

Como siempre, tras un copioso desayuno, partimos dejando atrás Kinvarra, un pequeño pueblito recostado en una bahía, para detenernos un instante para con­templar el imponente y añejos castillo que domina el lugar. Dejamos a nuestra izquierda la importante ciudad de Galway y nos detenemos en Aughnanure, otro viejo castillo, en este caso asomando dentro de una añosa vegetación acompañada de un mágico curso de agua.

En Recess abandonamos la N 59 y tomamos a la izquierda por la R 344, atrás vamos dejando zonas pobladas para internarnos en la mágica soledad del Parque Nacional Connemara, un lugar que no deja indiferente a nadie, y en el caso de Eduardo, el cielo nublado y sus pedregosas laderas que rematan en pequeños lagos le transmitieron una clara sensación de melancolía.

En Kylemore retomamos la N 59 para hacer un rodeo al Killary Harbour, una especie de largo fior­do que se interna hacia el centro de la isla; en tanto, en Leenane, la larga bahía finaliza rematando en las Aasleagh Falls, unas cascadas que dejamos a nuestra derecha. El tramo es espectacular, trazamos suaves curvas que empalman con ondulados tramos más rectos viendo el agua a nuestra izquierda y las montañas al otro lado, las vistas son inmejorables, con esca­so tránsito, pero atentos a la gran cantidad de ovejas que mansa­mente caminan por la ruta o pas­tan en el borde de ella… ¡un lujo!

Se disfruta mucho de la moto en esas circunstancias, las trails viajeras se sienten muy a gusto en esos caminos secundarios, las suspensiones de largo recorrido absorben cómodamente las irre­gularidades del piso y el cansancio difícilmente llega. Dejamos los grandes y despoblados espa­cios, después de Louisburgh nos internamos en la Wesport Bay, mientras a nuestra derecha el céle­bre Croagh Patrick, la montaña sagrada de San Patricio, patrono de Irlanda, con sus 764 metros y lleno de peregrinos que trepan sus pedregosas laderas, domina el lugar.

Tras pasar por Wesport, Newport y Mallanary damos un amplio rodeo conduciendo tranquilamen­te por la Atlantic Drive de la Clew Bay, un solitario y poco transitado camino, mientras un poco más adelante y a tiro de piedra está el pequeño poblado de Achill Sound, cabecera de la isla homónima y separada de la gran isla que es Irlanda por un pequeño puente que atravesamos después de detenernos a contemplar la gran bahía que aparece como telón de fondo detrás de las cruces celtas de otro viejo cementerio.

Ya en Achill Island damos otro rodeo por la Atlantic Drive en el sentido horario, mientras en Ashleain Bay y a escasos metros del caminito por donde transitamos tranquilamen­te, las olas del océano se estrellan furiosamente contra las ásperas costas de blancas rocas.

Cuando ya está al caer la tarde lle­gamos a Keel, un pueblito con una hermosa playa de blancas arenas donde surfistas de todo el mundo desafían las heladas aguas del Atlántico. Allí prontamente busca­mos alojamiento en otro acogedor B&B para contemplar el ocaso desde los amplios ventanales, a escasos metros del mar.

Con una mañana ventosa, bien temprano acondicionamos las motos; en el caso de la Africa, lubricar cadena y reponer apenas un poco de aceite, nada en la R 1150 GS, sencillamente ambas van perfectas y son motos ideales para estos viajes.

Desayunamos y partimos para lle­gar en pocos minutos hasta el pun­to culminante del viaje, la solitaria y hermosa playa de Keem, pequeña y de blancas arenas, a la que se lle­ga por un estrecho camino tallado en un acantilado, un lugar increíble donde las mansas ovejas son las dueñas y señoras del caminito. El plan de viaje del día es largo, por lo que tras las obligadas fotos comen­zamos lentamente a emprender el retorno. A partir de ahora siempre el rumbo será hacia el sur.

Desandamos hasta Keel y segui­mos rodeando Achill en el sentido horario, dejando atrás Slievemore, las ruinas de un caserío de pasto­res abandonado hace más de un siglo, para llegar a Dugort, donde otra playa lucía también sus blan­cas arenas en la nublada mañana.

Cruzamos el puente-embarcade­ro y atrás queda Achill con su deso­lado encanto, aun así seguimos disfrutando del condado de Mayo, rodando por estrechos caminos rodeados de setos y bosques, deteniéndonos además a contem­plar viejos cementerios y ruinosos castillos, asfixiados por voraces hiedras. Ya por la tarde y en el condado de Offaly nos desviamos para llegar a Clonmacnoise, una sorprendente abadía paleocris­tiana fundada en 545 DC, donde admiramos numerosos templos, de distintas épocas, además de dos enormes cruces célticas de piedra monolítica de cuatro metros que datan del año 900.

Con una pequeña llovizna y muy poca luz a pesar de que no era tarde, pusimos rumbo a Cloghan, un pequeño pueblo donde apre­ciamos la iglesia católica en cuyos antiguos archivos se encuentran registrados el casamiento y naci­miento de los hijos mayores del tatarabuelo de Eduardo, James Cooke, quien emigró a Entre Ríos aproximadamente en 1860.

Continuamos recorriendo, en el caso de Eduardo, nostálgicamente, esa zona típicamente rural del con­dado de Offaly, tratando de ima­ginar las sensaciones que habrán tenido sus antepasados al emigrar desde esos lugares con siglos de historia a las agrestes cuchillas entrerrianas de Argentina.

Dejamos atrás Banagher y reca­lamos en Birr, donde residen unos pocos Cooke, supuestos primos lejanos, con los que tenía contacto Eduardo desde hace algún tiempo y quedaron en encontrarse a nues­tro paso. Una severa infección de garganta que me provoca una fie­bre muy alta me obliga a tomar un día de descanso, mientras Eduardo visita a sus lejanos primos, quienes se habían reunido en familia para recibirlos, un hermoso gesto que agradecieron emocionados.

Con una tenue llovizna fuimos dejando la verde Irlanda, atrás que­daban pequeños pueblos rodea­dos de zonas rurales, donde ver­des maizales perfumaban el aire, recalando al mediodía en la ciudad de Kilkenny.

Nuevamente en marcha para dejar Thomastown y detenernos en New Ross, una bonita ciudad recostada al Barrow River, don­de apreciamos el Dunbrody Ship de la Fundación John Fitzgerald Kennedy, una réplica de los barcos que partían desde allí repletos de emigrantes que huían de la ham­bruna para buscar oportunidades del otro lado del océano en la pro­metedora América.

Ya al atardecer llegamos a Rosslare, donde esperamos tran­quilamente la hora de abordar el ferry para volver al continente euro­peo, aprovechando además para charlar con varios motociclistas que esperaban el mismo barco. El ferry partió con las primeras sombras de la noche y mientras veía empequeñecerse las luces del puerto, Eduardo pensaba con nostalgia en sus antepasados, que partieron dejando su tierra en bus­ca de mejores oportunidades.

La travesía de retorno también fue agitada, el bravo mar de Irlanda sacude las embarcacio­nes, aunque con las luces del día las aguas se calmaron y el resto del trayecto fue tranquilo, en un día de otoño luminoso. Ya en el continente europeo, y conduciendo por la derecha, Eduardo volvería recorriendo tran­quilamente el oeste francés y norte de España, mientras yo tenía pre­visto viajar directamente a mi casa, debía reiniciar mi trabajo.

Bien temprano nos despedimos y por delante tenía una jornada de 1.100km hasta mi casa, mientras Eduardo y Celina tenían la inten­ción de llegar hasta Santoña para reencontrarse con Martín Solana, un viajero español que también tuvo la oportunidad de conocer a Eduardo en su paso por Argentina. Y nada más, así acabó nuestro viaje y mientras me acercaba al encuentro con los míos, en mi mente resonaba una antigua ple­garia irlandesa...

Que el camino salga a tu encuen­tro. Que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano. Que vivas por el tiempo que tú quieras, y que siempre quieras vivir plenamente.

Aquí tienes la 1ª parte de esta apasionante ruta motera por tierras irlandesas.

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