puntApunta 2018: Una experiencia religiosa de Avilés a Cullera

puntApunta 2018: Una experiencia religiosa de Avilés a Cullera

Carreteras escondidas, desconocidas y solitarias. Navegación con road-book. Paisajes y miradores. Gastronomía. Improvisación y contratiempos. La buena compañía y las nuevas amistades. Charlas, risas y emoción. Imposible resumir todo lo bonito que me llevo de mi primera experiencia rutera en el puntApunta.

Dicen que lo importante es participar. Nunca había creído en esta expresión hasta que he podido vivir mi primera experiencia rutera en el puntApunta 2018 de BMW.

Imagino que el hecho de venir de los circuitos ayuda a que no tenga muy interiorizado eso de hacer kilómetros chino chano. Confieso que he descubierto una faceta del mundo de las dos ruedas que mola que flipas y que nada tiene que ver con la competición.

Nunca antes había hecho una ruta larga en moto, ni siquiera un viaje. Fue la primera experiencia de estas características, y lo cierto es que la afronté con mucha ilusión, aunque también con dudas y nervios.

En la redacción me pusieron bien en antecedentes, ya que cuentan con numerosas participaciones a sus espaldas. Conocen al dedillo el funcionamiento de esta aventura de BMW, que se ha consolidado como uno de los eventos más importantes tanto para la marca como para el sector de la moto en general.

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El señor director de Solo Moto Treinta, Lluís Morales, me metió un poco de miedo en el cuerpo advirtiéndome de la dureza de esta aventura y de los posibles problemas que pueden surgir durante los días de travesía. Me ayudó lo que no está escrito.

Preparó un kit de primeros auxilios con el que podría haber sobrevivido en pleno desierto durante años. Bridas, cinta americana, kit de pinchazos… Parecía que me iba de casa, y es que toda preparación es poca y es importante dejarse aconsejar por expertos como él.

Todo esto está muy bien hasta que llega el momento de organizarlo todo en los huecos disponibles entre maletas laterales y top case. Entonces no hace tanta gracia. Distribuirlo todo en un espacio tan limitado no es un tema menor. Es importante prepararlo con suficiente antelación para no llevar carga innecesaria y optimizar el hueco disponible. Documentación, equipaje y muchas ganas.

Todo preparado para partir hacia Avilés. Salí desde Barcelona con un compañero periodista, Edu Fernández. Juntos recorrimos los casi 900 km que separan la Ciudad Condal del norte de España. No fue precisamente un suspiro. Mucha autopista, carreteras rápidas y, por suerte, buen tiempo. Edu llevaba una R 1200 GS Adventure y yo una F 800 GT, así que no tuvimos ningún problema de comodidad y prestaciones.

Eso sí, por mucho que vayas sobre un sofá, acabas sufriendo en cuanto a postura por la cantidad de horas que pasas circulando. Tuvimos suerte porque no nos pilló ni una gota en la maratoniana jornada de ida, que culminó con la llegada al punto de encuentro cerca de las ocho de la tarde. El punto de encuentro me impactó. Todavía lo recuerdo con asombro. Nunca antes había visto tantísima moto concentrada, en su mayoría BMW. Y no paraban de llegar. Alucinante.

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Nos presentamos con el tiempo justo para rellenar los datos y asistir al macrobriefing en la sala de actos del Hotel URH Zen Balagares, de Corvera de Asturias (Avilés).

Alrededor de mil personas reunidas para empezar una maravillosa ruta de punta a punta de España. Nos pusieron en situación en el briefing previo y nos informaron de las particularidades de esta prueba, junto con otras cuestiones mucho más concretas sobre los repostajes, los adelantamientos o el orden en marcha.

Ya que, paraos a pensar un momento: ¿cómo pueden convivir tantísimas motos en una misma ruta y que todo transcurra en orden y sin incidentes? El trabajo de la organización es brutal. La acción empezaba al día siguiente.

Para esta edición 2018 estaba previsto cruzar la Península de noroeste a este. El modus operandi: llenar una botella que nos entregó la organización con agua del Cantábrico, hacer todo el recorrido planificado con ella a cuestas y vaciarla el último día en el mar Mediterráneo. Es decir, de la fría playa asturiana de las Salinas, en Avilés, a las cálidas aguas de Cullera, dos de los puntos más fotografiados de la ruta.

Una de las particularidades de la prueba y que personalmente más me gusta es la navegación por road-book. Soy una enamorada del Dakar y siempre he tenido curiosidad por este tema. Claro que no tiene nada que ver, ni es tan complejo, ni pasas por sitios tan enrevesados, pero es bonito aprender y experimentar una parte tan tradicional y romántica de las rutas.

Hoy en día estamos tan acostumbrados a dejarnos guiar por el GPS, que poder hacer tantísimos kilómetros leyendo y descifrando las indicaciones de un road-book me parece lo más. Sincronizar trips con el kilometraje, interpretar advertencias, descifrar algunas directrices, estar atento a las señales, cambios de dirección y desvíos, controlar el decalaje cuando te pierdes, diseñar tu propia estrategia de paradas y repostajes y tomar decisiones improvisadas en muchas más ocasiones de las esperadas.

Día 1 puntApunta 2018: de Corvera de Asturias a Valladolid

Como estaba previsto, llenamos la botella en la playa de las Salinas y, nada más empezar la ruta, en el tramo de ciudad, nos perdimos. Digamos que no empezamos con buen pie. Salimos tarde y ya la estábamos liando en los primeros kilómetros. Pagamos la novatada. Se notó que era la primera vez tanto para Edu como para mí.

Después del desespero inicial, nos acabamos uniendo a un grupo que estaba casi tan perdido como nosotros, pero bueno, por lo menos había alguien con quien compartir el mal trago. El compañerismo y la solidaridad son dos de los aspectos más destacados en el puntApunta, y salen a relucir en momentos así. Son muchas las horas que pasas en marcha, las paradas y los kilómetros. Es importante encontrar un grupito con el que congenies y que más o menos vaya del mismo palo que tú en cuanto a ritmo y a planteamiento de la prueba.

Hay quienes salen a primera hora y apenas paran; los hay que programan al dedillo todos y cada uno de los puntos de parada y restaurantes; y también hay quienes prefieren salir más tarde, improvisar y llegar de los últimos. Son muchas las maneras de afrontar esta aventura, así que al final siempre te acabas juntando con participantes con los que más o menos compartes la forma de plantearla.

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Volviendo al instante de la desorientación, tengo que confesar una cosa. Hubo un momento en el que nos habíamos perdido tanto y la diferencia kilométrica era tal, que decidimos volver al punto de origen, poner el Trip a 0 y empezar de nuevo intentando no cometer ni medio error de navegación. Los problemas se esfumaron fuera de la ciudad. Supongo que ayudó el hecho de haber cogido experiencia y de circular en grupo. En compañía aprendes mucho más rápido que si lo haces por tu cuenta.

Dejando de lado el momento crítico de navegación, el día estaba yendo redondo. Íbamos a buen ritmo, recuperando algo de tiempo perdido y disfrutando de paisajes maravillosos y del solazo que nos acompañaba. Acompañaba, en pasado, porque del solete cálido y agradable pasamos al diluvio universal en apenas unos minutos.

Cayó tal tromba que, a pesar de parar rápidamente, acabamos calados hasta las cejas antes de podernos poner el chubasquero. Algunos valientes decidieron seguir a pesar de la falta de visibilidad y de lo complicado del tiempo, pero Edu y yo preferimos parar. Se estaba haciendo tarde y optamos por esperar a que dejase de llover cogiendo fuerzas con un buen arroz. ¡Uf! ¡Qué arrozaco! Nos sentó como Dios. El local estaba lleno, pues muchos de los puntApunteros se encontraron en una situación similar a la nuestra, así que ya os podéis imaginar que la cosa se acabó alargando…

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Salimos y no solo había llovido, sino que teníamos un regalito en los asientos y demás huecos en forma de hielo acumulado. Impresionante. En cuestión de horas parecía que nos habíamos teletransportado a un país nórdico. Seguimos el trayecto, ya con el tiempo despejado. Era tarde y chispeaba un poco, pero teníamos que seguir haciendo kilómetros porque se nos iba a hacer de noche antes de llegar al hotel. No pudimos ir a ritmillo porque las condiciones eran complicadas, y el tiempo se nos echó encima. Finalmente, terminamos la primera etapa apurados, pero a tiempo para asistir al briefing. Avilés- Valladolid completado.

Día 2 puntApunta 2018: De Valladolid a Guadalajara

Todos los problemas que tuvimos el primer día desaparecieron en los kilómetros previstos para la segunda jornada. Es muy bestia. Aprendes lo que no está escrito casi sin darte cuenta y en apenas un día. Las paradas, la planificación, los timings, la hora de la salida, la navegación y una infinidad de asuntos que interiorizas sin querer.

Lo teníamos todo mucho más por la mano y lo notamos tanto en la fluidez de la jornada como en la facilidad con la que nos salían las cosas. Y, creedme, se disfruta infinitamente más. Los caminos se vuelven más bonitos, la navegación por road-book, más divertida, y los errores llegan hasta a hacer gracia.

Tuvimos un poco de todo. Hubo un momento en que empezamos a subir por una rampa superpronunciada que resultó ser una finca privada sin salida. Imaginaos una marabunta de BMW y otras motos corpulentas intentando maniobrar en un espacio tan limitado y con una rampa cuyo desnivel era digno del sacacorchos de Laguna Seca.

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Alguna equivocación más como esa y más de un embrague se hubiese ido a tomar por saco. Hasta las yayas sentadas tomando la fresca en los banquitos frente a sus casas se volvían más bonitas y entrañables. Algunas ponían cara de alucinar, con una expresión entre incredulidad, susto e incomprensión. No todos los días ves a una manada de tanques vestidos de romano y todos seguidos en plan procesión.

Alguna nos preguntó qué era aquello, que no entendía por qué llevaba toda la mañana viendo pasar motos sin cesar. Y, como no podía ser de otra manera, la lluvia hizo acto de presencia. No hay puntApunta sin lluvia, y la segunda jornada no fue una excepción. Esta vez reaccionamos de inmediato, con las primeras gotitas estampadas en la visera, y no nos empapamos tanto.

En estas ocasiones, es mejor no pecar de optimista. Es preferible ser prudente y no quitarte el chubasquero a la primera de cambio. Te arriesgas a que te caiga la del pulpo en cualquier momento. Un aspecto que me pareció de lo más acertado de la ruta fueron los momentos en que pudimos elegir entre circular por la ruta establecida o entrar en los sectores GS.

Los sectores GS son unos tramos de más dificultad en los que tienes la oportunidad de sacar tu lado más aventurero y canalla. Y lo bueno es que puedes elegir hacerlos o no, depende de como te sientas en ese momento. Las dos opciones se acababan encontrando en alguna zona del camino, y así hasta alcanzar los puntos de sellado, donde la organización iba verificando que, efectivamente, estabas cumpliendo con lo programado.

Como os he comentado, la segunda jornada parecía ir mucho más sobre ruedas, pero a mí se me acabó la paz en el momento de entrar en un tramo de curvas perdidas por la montaña. Ya conocéis bien la autonomía de la GS. Prácticamente puedes hacer una etapa sin repostar porque el depósito tiene una capacidad de 33 litros.

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Pero, en mi caso, esa libertad se reduce a menos de la mitad porque en la F 800 GT entran 15 litros. Culpa mía al 100% porque ya me habían avisado en numerosas ocasiones y porque en el briefing pusieron bastante énfasis. Pensé que para llegar al siguiente punto ya tendría más que suficiente, pero el tramo se iba alargando. Y no paraba.

Pasé el road-book para buscar los kilómetros que faltaban hasta la siguiente gasolinera y parecía que no llegaba nunca. Iba apuradísima y, de cometer algún error de navegación y hacer más kilómetros de la cuenta, me habría quedado sin gasolina. Recorrí 32 kilómetros en reserva, conduciendo en modo Eco, como si lloviese, para ahorrar combustible. Me faltaron tan solo 12 km para quedarme tirada. No os podéis imaginar la alegría y el alivio que sentí cuando vislumbré a lo lejos que nos estábamos acercando a un pueblo en el que podíamos repostar. Lección aprendida.

Día 3 puntApunta 2018: Llegamos a Cullera

El cansancio ya empezaba a hacer mella en nosotros. Cada vez dominábamos más la escena, pero el ritmo de los primeros días pasaba ya factura. Aun así, el cuerpo es sabio y sabe exactamente la cantidad de adrenalina que debe administrar para que salgas a la carretera con la fuerza y la frescura del primer día.

Nos pasó de todo (o casi de todo) durante la primera jornada, así que la tercera etapa fue un verdadero paseo. La cifra de kilómetros imponía. Los más de 500 km para cerrar el puntApunta asustaban un poco, pero os aseguro que fueron las mejores horas de todo el viaje. Todo fue sobre ruedas, paradas incluidas, y lo mejor nos esperaba en la llegada a la terreta.

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Nos adentramos en una zona de curvas espectaculares e interminables, bajo un sol radiante. Una auténtica maravilla. Nos cruzamos con muchos moteros. Normal. En Valencia tienen una gran tradición por las dos ruedas y es totalmente comprensible. Teniendo un clima y unas carreteras tan buenas, sería un delito no probarlo en moto. Además, en nuestro grupo estaba José Manuel, de Valencia, que conocía la zona al dedillo y que nos hizo de anfitrión de bonitos rincones con vistas privilegiadas.

Cómo no hacer caso de las recomendaciones de un autóctono… Faltaba poco para cruzar el arco que marca la meta, pero tuvimos que hacer una última parada para repostar. Allí nos esperaba un gasolinero con cara de hecho polvo, al que le pregunté si había tenido un día movidito. Contestó que no recordaba uno igual y me preguntó si quedaban muchos más por llegar. Le solté una mentirijilla para que no se desanimase, aunque lo cierto es que aún le quedaba un último esprint.

Fijaos si está todo bien organizado y medido, que las gasolineras que formaban parte del recorrido estaban preparadas para la ocasión. En ediciones anteriores, algunas de ellas se habían quedado sin combustible y las colas habían llegado a ser considerables. Pero, en esta ocasión, los gasolineros esperaban fuera con los datáfonos para ser más efectivos en los repostajes y evitar aglomeraciones.

Además, nos recomendaron no repostar más de 20 euros para ahorrar tiempo poniendo el pin de la tarjeta. Puede parecer exagerado, pero se nota muchísimo. Con uno apenas se aprecia, pero cuando hay todo un ejército de BMWeros haciendo cola para darle de comer a la GS, agradeces esa rapidez… ¡Qué emoción! Estábamos a punto de terminar el recorrido, de cumplir la misión, de vaciar el agua del cantábrico en la playa de Cullera. Qué últimos kilómetros más bonitos.

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No pude evitar hacer un repaso mental de todo lo que había pasado durante aquellas tres jornadas. Llegamos a la playa para cruzar meta y pudimos acceder por el mismo paseo. Fue un detalle precioso. Cruzar el arco y vaciar la botella fue un momento muy bonito, aunque también lo viví con cierta tristeza, porque esos tres días tan intensos y esa primera experiencia rutera estaban a punto de terminar. ¡¡¡No quería volver a casa!!!

Había aprendido, disfrutado y reído muchísimo. Había conocido a gente maravillosa con la que compartí muchísimas horas y momentos. Muchas fotos para inmortalizar el broche final en grupo, ya sin el casco puesto, justo antes de ir a la última reunión general. La organización había preparado un recinto amplísimo en el que cenamos al aire libre, celebramos la despedida y asistimos a los parlamentos de diferentes miembros del staff y personal involucrado, además de reconocimientos y menciones especiales.

Una de ellas, sin ir más lejos, fue la que se le otorgó al propietario de una F 700 GS que había batido el récord de kilómetros. 600.000. Sí, seiscientos mil, no es un error a la hora de escribirlo. ¡Qué salvajada! El hombre ha estado más horas encima de la moto que un camionero trabajando. Entre risas y anécdotas, nos enseñó el libro de las revisiones y aquello parecía la Biblia. No terminaba nunca… Un acto de cierre precioso y de lo más animado. No parecía que nos hubiésemos metido en el cuerpo 2.000 kilómetros.

Hicimos noche en Cullera y vuelta a casa al día siguiente. El tramo que separa la ciudad valenciana de Barcelona nos pareció un paseíto corto y rápido comparado con las jornadas maratonianas que acabábamos de hacer. Un recorrido en el que no podía hacer otra cosa que recordar lo vivido y en el que, cómo no, la lluvia hizo acto de presencia. No nos salvamos ni a la vuelta. Ahora tengo en casa una estantería repleta de recuerdos de esta experiencia. La botella, una pulsera, el premio y los road-books. Espero completarlo con los de la próxima edición.

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