Participamos en el MotoStudent 2016 sobre una Moto3

Los casi dos años de trabajo habían pasado en un abrir y cerrar de ojos y ya estábamos a miércoles, día en el que los chavales del EPSEVG pusieron rumbo a Motorland y, para que os hagáis una idea de lo in extremis que estaba yendo todo, salieron justo después de que reci­biesen los semimanillares esa misma mañana... Mucho antes había llegado el material cedido por empresas convertidas en patrocinadores técnicos del equipo, como NG (discos de freno) y Ollé (suspensiones). Al día siguiente ya tuvieron que pasar los trámites administrativos, algunas pruebas de verificación técnica y hacer la presentación del proyecto ante un jurado.

El viernes por la mañana tempranito llegué al trazado de Alcañiz para participar por segunda vez como piloto en MotoStudent, coin­cidiendo con el momento en que los técnicos y los tres pilotos de pruebas de la organización se disponían a verificar todas las motos que habían sido declaradas aptas hasta el momento –son los que hacen la primera criba–.

Álex Rodríguez –técnico de Dunlop y probador de la organización también en esta edición– estaba a los mandos de La Terremoto, nombre con el que mis niños bautizaron a nuestra 250 cc, y mejor no explicar el porqué. Era la primera vez que estaba en marcha. Hasta entonces solo había visto por vídeo cómo la arrancaban y poca cosa más. Observamos al detalle, ansiosos por saber qué le había parecido, por pocas que fuesen las impresiones que nos pudiese trasladar.

Volvimos al box justo después para seguir ade­centando la moto. Instantes más tarde empezó la primera ronda de pruebas dinámicas, dividida en tres partes: frenada, gincana y aceleración, todas ellas realizadas en zonas habilitadas y distribuidas con conos en plena recta de meta. El resultado fue buenísimo y, emocionados, fuimos a uno de los kartings de Motorland a afinarla. Muchos equi­pos llegaron allí con numerosos entrenamientos a sus espaldas pero, en nuestro caso, la primera toma de contacto fue directamente en pista, por lo que cada vuelta que dimos valía su peso en oro.

Allí nos dimos cuenta de que la Terremoto iba muy bien de chasis, pero cojeaba en aceleración y en punta y, si tenemos en cuenta las carac­terísticas del trazado de Motorland –desniveles bestias y rectas larguísimas–, era algo que nos iba a penalizar muchísimo tanto en los cronos como en la carrera.

Llegó el sábado y los chavales ya empezaban a acusar el cansancio acumulado a lo largo de todo aquel tiempo, además de los nervios y las pocas horas de sueño. La segunda oportunidad de las pruebas dinámicas fue durante la mañana; al mediodía comenzaron los primeros entrenamien­tos libres, donde nos pudimos dar cuenta de que iba a ser muchísimo más difícil de lo esperado. Las diferencias que apreciamos en el karting se traducían en 20 segundos en la pista grande, algo muy frustrante, aunque la moto estaba aguantan­do bien y había que quedarse con lo positivo.

La jornada sabatina se hizo algo larga. Tuvimos también la foto de familia y la Gala MotoStudent 2016, en la que se entregaron algunos de los premios, como el del mejor diseño o innovación.

Y por fin llegó el plato fuerte. El domingo iba a po­ner punto y final a una aventura de dos años. El menú del día fueron los segundos entrenamientos libres, el primer y único test clasificatorio y la ca­rrera. Además, también hubo otra evaluación: des­montar y montar el carenado en el mínimo tiempo posible y bajo la supervisión de unos técnicos que puntuaban todo el proceso. Todo pasó muy rápido y, sin darnos cuenta, ya estábamos sacando los calentadores y bajando La Terremoto del caba­llete para entrar en pista.

En un abrir y cerrar de ojos ya estaba haciendo la vuelta de reconoci­miento y dirigiéndome a parrilla, donde mis niños esperaban con carillas de felicidad y de emoción. Unas cuantas fotos, ánimos y los mejores deseos. Me bajé la visera y… ¡semáforo apagado! Ya está. Ahora recaía sobre mí la responsabilidad de hacer el mejor papel posible para que aquel fin de semana y el proyecto de tanto tiempo terminasen de la mejor forma posible. Admito que estaba nerviosa porque no solo corría para mí y, además, volví a tener ese gusanillo de las carreras después de tantos años apartada de la competición.

Me lo pasé pipa en carrera, que estuvo de lo más entretenida y peleada. Muchas cortadas de encendido en la recta de atrás, innumerables re­bufos casi tocando rueda con rueda para intentar arañar unos metros, e incluso un adelantamiento con bandera amarilla que me hizo perder la posición que tanto me había costado ganar en los últimos compases. Ya me vale… ¡como si fuese novata! Iba tan cegada que ni me di cuenta, pero la infracción fue clara, como así me mostró Direc­ción de Carrera en vídeo poco después de cruzar la bandera de cuadros.

Es mucho el trabajo y las horas que hay durante todo el proceso, pero la tensión se evapora y los problemas se olvidan justo en el momento de cru­zar la bandera y ver a tus chicos animando a tope y más contentos que la vida. También las familias y todas las personas que se han involucrado de una forma u otra. La alegría es mutua. Una no siempre tiene la oportunidad de hacer cosas tan chulas muy a menudo.

¡Gracias de nuevo a todos!

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