Operación Ararat (1): La gorda

El reto se completa porque lo voy a hacer con una moto diferente, transformada. Nada hay más personal que una moto modificada a tu gusto, que se aleje de lo que es un producto comercial salido en serie de una cadena de montaje. Pero tampoco hay nada más personal que una moto en la que hayas viajado realmente; una moto en la que hayas sufrido y disfrutado, reído, llorado, gritado o maldecido. Pensé que para este viaje podría combinar ambas cosas, que sería posible transformar a mi gusto una de mis motos más viajadas. Y así surgió la idea de La Gorda.

La bombilla se me encendió al terminar el viaje por Sudamérica que sería la 1ª temporada de Diario de un Nómada. A mi regreso, semanas después, vi las fotos e imágenes mientras montábamos los capítulos y pensé que yo parecía un catálogo publicitario. Una moto último modelo, la BMW R 1200 GS de 2014, todas las defensas posibles de Touratech, vestido con el traje trail GS Dry de BMW… todo era nuevo, caro, excelente, pero en el fondo me parecía frío. De hecho, salvo yo, nadie viaja así, con tanta parafernalia. Los viajeros auténticos viajan con motos más maltratadas, con el equipo más gastado. Y era así como yo viajaba antes de hacer la serie.

Se me ocurrió entonces que podría hacer una aventura para la televisión pero con una moto transformada en scrambler. Las scrambler son motocicletas de carretera pero modificadas para que puedan circular por terrenos sin asfaltar. Literalmente serían motocicletas a las que se le ha quitado todo aquello que no sería funcional para circular fuera de las carreteras. Llevan ruedas de tacos, y suspensiones y guardabarros altos. Desaparecen los carenados, los parabrisas, los embellecedores y los asientos del pasajero. Se quedan en el chasis con dos ruedas y un faro por si acaso se hace de noche. Esa era la idea que yo tenía. Y también tenía la moto adecuada. La primera BMW R 1200 GS que compré de segunda mano en 2008. La que debido a su tamaño, sorprendente entonces para mí, bauticé como La Gorda. Con ella realicé mis primeras aventuras por el mundo: la antigua URSS, Asia Central, Oriente Medio, los Balcanes, Turquía, Irak, Irán, Siria, Jordania, Israel, Líbano, Egipto, Libia, Túnez, Francia, UK, Irlanda… con casi 100.000 kilómetros debería estar ya para el retiro, pero pensé en darle una nueva vida. Que fuera ella con la que viajara, pero distinta.

Tomada la decisión de transformar la moto, debíamos buscar un artista. Tanteé a varios, pero al final encontré a Nomade Cycles y a Dave Designs. Lo tuvieron claro desde el principio. Se trataba de hacer una moto bonita pero que no perdiera sus cualidades ruteras. Estuvimos de acuerdo en el objetivo: rememorar aquellas primeras R 80 GS que ganaron las ediciones del París-Dakar en los años 80. Voluminosas pero endureras. Guardabarros alto, portanúmeros, ruedas de tacos.

Y así podemos decir que ha nacido La Gorda como heredera de La Gorda. La primera R 1200 GS scrambler española que no se destina a exposición sino a viajar de verdad en una gran aventura.

La aduana francesa aparece custodiada por desganados gendarmes que no paran a ningún vehículo. Al poco de cruzar al país vecino, encuentro obras y un largo atasco de coches. Comienzo el vertiginoso descenso por las carreteras reviradas del Pirineo francés, mucho más pronunciado que la vertiente española.

Me cruzo con numerosos ciclistas y caravanas que disfrutan de los últimos coletazos del verano, cuando no hay tanta gente y los precios bajan. Muchos tramos de la ruta aparecen flanqueados por árboles. Esos árboles que han desaparecido de la red viaria española, supongo que porque a algún prócer se le ocurrió que eran peligrosos en caso de colisión. Seguro que sí, pero también son muy bellos, de una belleza tal, que creo que compensa el riesgo. La campiña francesa, tan verde, húmeda y exuberante, con sus bosques, prados y casas de piedra y madera es estupefaciente, casi de cuento.

A unos 20 kilómetros de Gap, ya en las estribaciones alpinas, con un paisaje boscoso y espeso en derredor, me desvío de la ruta principal y recorro los campos de labor por unos senderos estrechos, regularmente asfaltados pero que luego se tornan en pistas sin asfaltar. No sé adónde voy, pero sí sé que tengo que darme prisa en llegar a algún sitio porque la luz se está fugando por el desagüe de la tarde.

Entonces veo lo que buscaba, justo a tiempo. Un campo en barbecho protegido por una hilera de árboles. Es plano y aquí no nos verá nadie. Al fondo, una gran montaña que hace de parapeto del viento. Es perfecto para el vivac. Planto la tienda. Aparco la moto a su lado. Saco mi cocina de campamento. Funciona con gasolina. Enciendo el fuego. Me ilumina y recorta mi silueta contra la tensa tela de la tienda de campaña. La sombra de los árboles baila a mi alrededor. El fuego y su calor me recuerdan que son el origen de cualquier vivienda. Por eso a la lumbre se le llama hogar. La noche cae sobre mí y sobre el mejor mundo posible, que es aquí y ahora.

Un ruido repetitivo y monocorde me despierta. Son las 3 a.m. Estoy dentro de la tienda de campaña. Es el crepitar del agua contra el nailon. Está lloviendo de forma copiosa. Afortunadamente no hay viento y el refugio parece aguantar el chaparrón. Repaso con el haz de luz de la linterna las esquinas. Están secas. Me temo que siga lloviendo al amanecer y tengamos que recoger el campamento bajo el aguacero. Eso es una pesadilla.

A las 7 a.m. salgo y contemplo el Génesis sobre la campiña reluciente. Cada vez que duermo en la tienda y amanece, al abrir la cremallera creo asistir al nacimiento del mundo. Los contornos de las montañas se van haciendo nítidos, como si brotaran de un magma de materia informe, como si las crestas rocosas, los árboles, las nubes fueran piezas plásticas que se fueran formando lentamente según la luz del mundo las ilumina.

Briançon es la ciudad más alta de Francia. El casco histórico es coqueto, triste, decadente, bellísimo. Colgada sobre el abismo, resiste la fortaleza del siglo xviii, erigida para defender la plaza francesa del Ejército austríaco. Por aquí pasé en mi viaje a Asia Central contado en La emoción del nómada, quizá mi libro más personal e íntimo.

A partir de aquí, inicio el verdadero ascenso alpino. Menos coches, muchas curvas, buen asfalto. El firme está seco y puedo disfrutarlo. La ruta, el viento, los valles, las montañas, el poderoso contraluz cuando circulo de cara al astro rey, la vista de todos los tonos de verde de estas montañas. Es el último gran refugio para la naturaleza de nuestro castigado Viejo Continente. Es sencillamente delicioso encontrarse aquí, navegando este universo a golpe de acelerador y sentir como la moto responde con empuje a las más ligeras órdenes del puño.

Contemplo esta inmensidad natural, los bosques, los ríos, los árboles y pienso en la belleza de este formidable decorado montano, pienso en lo necesario que es que mantengamos espacios puros y verdes. No he sido nunca ecologista de salón, pero hasta el más insensible comprende que el mundo se está desforestando. La humanidad crece, ocupa todos los huecos disponibles, corta los árboles, esparce basura. Nuestro planeta se está urbanizando demasiado deprisa, se está convirtiendo en un solar.

Cruzo la frontera y sin mostrar el pasaporte aparezco de pronto en los Balcanes. Eslovenia es el primer país que se independizó de Yugoeslavia tras una breve guerra y ya es parte de la Unión Europea y del acuerdo de libre circulación.

Era la nación Carantonia durante la Edad Media y luego estuvo dentro del Imperio austrohúngaro, hasta que este se colapsó en 1918 tras la 1ª Guerra Mundial. Pasó a formar el nuevo reino de serbios, croatas y eslovenos hasta que se convirtió en el reino de Yugoslavia en 1929, germen de lo que sería la República Federal Socialista de Yugoslavia, nacida al terminar la 2ª Guerra Mundial y gobernada por el mariscal Tito, personaje de extraordinaria inteligencia política. A su muerte, comenzaron las tensiones centrífugas hasta que en 1991 Eslovenia decidió volar por libre. País desarrollado y moderno, de apenas dos millones de habitantes y espíritu germánico, rápidamente se integró en la Unión Europea y en su moneda única.

Lo primero que ofrece la nueva nación son supermercados y un club de alterne con grandes fotos de chicas semidesnudas como reclamo. He aprendido a leer estos signos. Cuando entre dos países colindantes florecen negocios de un solo lado de la frontera es porque en ese país los precios son más baratos. Así pues, es evidente que en Eslovenia es más económico que Italia en alimentos y al parecer también en las prostitutas.

La población que visito se llama Nova Gorica y se escindió de la italiana Gorizia en 1947. Tras la Segunda Guerra Mundial, aquí colisionaron los partisanos yugoslavos con los aliados británicos y neozelandeses. La salomónica solución fue trazar una nueva línea divisoria entre Italia y Yugoeslavia, a un lado quedarían los latinos y al otro los eslavos; esta linde pasaba por Gorizia, donde el 40 % de la población fue transferida a Tito, quien decidió la creación de Nova Gorica.

Vamos al monasterio franciscano de Sveta Gora, en lo alto de un monte considerado sagrado. La carretera es un sendero de pronunciadas curvas. Atraviesa un bosquecillo de coníferas cuyas ramas dejan pasar el sol de comienzo de la tarde. Huele a romero y a pino. Al llegar a la cima, las ruedas crepitan sobre la grava del piso. La iglesia es grande y blanca, de altos muros. Con seiscientos metros de altura, Sveta Gora ofrece maravillosas vistas sobre los boscosos montes, los Alpes julianos y la frontera esloveno-italiana. Solo se oye silencio y el leve murmullo de las hojas mecidas por la brisa. A pesar del sosiego que se respira aquí no puedo olvidar las terribles matanzas de italianos causadas por los partisanos bajo la acusación de colaboradores del fascismo. Genérico crimen en el que podía incurrir cualquier italiano.

Durante décadas se echó tierra sobre el asunto, pero al final el hedor se hace demasiado insoportable para seguir manteniendo el silencio. El propio municipio de Nova Gorica publicó en 2006 una lista con más de mil nombres de italianos que habían desaparecido al entrar en la ciudad los guerrilleros yugoslavos. Ya se sabe la verdad que antes solo se susurraba. Los arrojaron a las fosas Foibe, simas cársticas o dolinas muy profundas, formadas por hundimiento del terreno. Abundan en esta región al norte de Trieste y se dice que en ellas puede haber varios miles de cadáveres a los que nadie quiso reivindicar al término de la 2ª Guerra Mundial.

Próximo destino: Croacia, Bosnia y Montenegro.

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