Mi primera competición off road

La premisa, además de disfrutar, debía ser aprender y sobre todo ajustarme al presupuesto (2.000€), así que viajaría yo solo en un monovolumen. Embarcaría en Barcelona dirección a Civitavecchia y de ahí por carretera hasta Bari, donde con otro barco llegaría a Patras, al norte del Peloponeso, justo en el estrecho de Lepanto, donde Cervantes perdió la mano. Una vez allí, contrataría un mecánico que trabajaba para la organización para mantener la moto a punto. Después de tres días de viaje, por fin, a las 6 de la mañana hora local ¡llego a Grecia! La luz del amanecer hace del desembarque un momento realmente especial. El rally se celebra en Nafpaktos, una pequeña población costera a orillas del estrecho, donde cientos de motos, buggies y quads toman las calles. Lo primero es encontrarme con George, mi mecánico estos días, un tipo excepcional. De ahí a pasar las verificaciones técnicas y administrativas y luego a encerrarse en la habitación para pintar el primer road-book. Se trata de un rollo de papel continuo de unos 10 metros de largo que se utiliza para seguir el recorrido, ya que este no está marcado. En él se indica un esquema de cada giro que te encuentras en la ruta y la dirección a seguir, el punto kilométrico donde se encuentra este e información adicional nece­saria. Por la noche salimos todos desde el vivac escoltados por la policía para llegar a la plaza principal junto al puerto. Allí hay un escenario en el que nos presentan uno a uno, donde grito “hola” en un griego nefasto pero que han parecido entender. La carrera

  El primer día empieza con un pequeño briefing donde se explica el de­sarrollo de la carrera. La salida se da por orden de dorsal. Llevo el 73 y cuando llega mi turno, los nervios están a flor de piel. Es importante salir con calma para no cometer errores. 3, 2, 1… ¡Ya! En menos de 10 km veo 5 accidentados. Al terminar el primer tramo, Graham, un británico de 63 años muy majo, me dice: “Mira tu dorsal y mira los nuestros”. Estoy rodeado de dorsales en torno al ¡30! No he cometido ni un solo error de navegación, y eso es muy importante. Para la segunda especial salgo a tope. El terreno es muy rocoso, lo que me va muy bien por la excelente preparación que llevo en las suspensiones. Derrapes larguísimos, saltos enormes, levanta­das de rueda para superar zonas muy rotas, vadeos, pasos estrechos entre matorrales... ¡Pura diversión! Ha sido un día magnífico, lo que se confirma cuando Meletis (jefe de carrera) me felicita nada más entrar en el vivac, soy sexto scratch y primero de M3 ¡con 35’ de ventaja!

Para el segundo día debemos completar casi 400 km por zonas de alta montaña. El tramo empieza con una subida para ascender a una estación de esquí, con giros constantes de 180 grados. Mi ritmo es alto, aunque sin excesos, pero en el km 8,3, con el sol de cara y tras un cambio de rasante, aparece un giro y una caída a un barranco de unos 10 metros. Salto de la moto quedándome en el borde, pero ella cae y pierdo una hora para sacarla con la ayuda de dos alemanes. He destrozado el freno trasero, así que en las bajadas pronunciadas tengo que tirarme literalmente al suelo para parar. Me pierdo en un cruce y recorro unos 30 km extra.

Así que terminan alcan­zándome los buggies, levantando tal polvareda que acabo comiéndome un agujero y dándome un golpe seco contra el suelo. Para rematar, me quedo sin gasolina, lo que faltaba… Suerte que pasa Hervé por allí... Estoy total­mente derrotado, si pudiera, presionaría el botón que me teletransportara a casa… Mis amigos del Che Team me animan a seguir (bendito WhatsApp), así que me monto de nuevo y poco a poco avanzo, no exento de problemas y caídas, pero saco fuerzas de donde ya no quedan para terminar. En la meta suelto un grito de rabia y de orgullo por haberme enfrentado a mí mismo. Me siento realmente solo.

El tercer día pierdo 1h 17’ con respecto a Paul Summer, el primero de M3, pero termino recortando 15’, por lo que estoy convencido de que la remonta­da es posible. Mi ritmo es 1’ más rápido que el suyo cada 10 km, así que si quiere ganar el rally, tendrá que apretar.

Viernes y sábado son los días más importantes, con etapas de 500 km don­de se nos pone a prueba. En la primera crono cumplo con el plan y recorto 8’. La segunda es rapidísima, con peraltes que utilizo para apoyar la moto y ganar velocidad en el paso por curva. Por fin consigo juntarme en la asistencia con el grupo de cabeza, Walkner, Cerruti, Sunderland, Riezebos, Pabisca, todo un lujo. A la llegada al vivac me espera Paul, se ha ido recto y ha chocado contra un árbol, no tiene más que un fuerte golpe en las costillas, pero ha abandonado. He hecho un día perfecto, aunque mis brazos están cerca de su límite. Por la noche en el hotel, me río yo solo por los 30’ que he necesitado para curarme todo.

La situación de carrera ha cambiado completamente, vuelvo a estar primero de M3 y con el segundo a casi de 3 horas. Parece fácil, ¿no? Pues creo que es lo más difícil que he tenido que hacer nunca. En 10 km me pierdo hasta 4 veces. En uno de los giros pierdo el equilibrio y la moto cae golpeando y doblando la instrumentación. Decido incrementar el ritmo y con ello la concen­tración. El paisaje es realmente alucinante: bosques de hayas, pistas a 1.800 m viendo el mar al fondo, ermitas perdidas, prados. ¡El paraíso! Lástima que se me duerman las manos hasta el punto de no sentir absolutamente nada.

En la cabeza de carrera, Sunderland, convencido de que podía remontar, salió a darlo todo. Circulaba por un tramo rapidísimo, cuando la enorme pista desembocaba en una senda y seguido una curva con una caída de 30 metros. Según el GPS, salió volando a 80 km/h. Cuando pasé y vi la ambulancia y las motos paradas, me temí lo peor, pero ese día la suerte quiso que tan solo se rompiera la clavícula y algunas costillas, pero esa imagen me dejó tocado para el resto del día.

Por fin llega la esperada etapa final. Se trata de una etapa corta por los alrededores para disfrutar del entorno. Con los problemas de las manos y una ventaja por encima de las 2,5 horas, me lo tomo con calma, aunque en ocasiones mantengo divertidos piques solo por mero disfrute y sin arriesgar lo más mínimo. A la llegada no me espera nadie, ni tan siquiera George, que ya está de vuelta a casa. Siento alegría y soledad a la vez.

Por la noche, en la entrega de premios, junto a la playa, miles de anécdotas, cervezas y risas. Ha sido una gran aventura.

A la mañana siguiente amanezco con un interesante dolor de cabeza y mu­chas cosas por hacer. La vuelta se hace corta recordando todos los mo­mentos vividos. Una idea me ronda la cabeza, la vida está ahí para los que la quieren vivir y la viven solo aquellos que son capaces de perseguir sus sueños. Siento que he sido capaz de perseguir el mío, y eso, más que el resultado, me llena de orgullo.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...