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México Mágico Parte I: Del Yucatán a Puebla

Ciudad de México. Ahora se llama así, la capital de esta parte de América del Norte de habla hispana sigue siendo un caos lleno de contaminación como el que conocí en 2012, cuando visité por primera vez esta gran urbe. Los barrios aún han crecido más y las pequeñas poblaciones satélite han sido fagocitadas por la misma ciudad, que ha aumentado proporcionalmente su contaminación y parque automovilístico.

Me encuentro aquí para dar una conferencia en el Salón de la Moto Expomoto, una feria sobre las dos ruedas donde las novedades, los clubs y todo tipo de motos están dentro. Es increíble pasear por sus stands y ver la cantidad de gente aficionada al mundo de las dos ruedas de este país. Antes de subir al escenario y proyectar uno de mis vídeos, me paro a charlar con mucha gente, algunos han venido desde otras ciudades para escucharme.

La bienvenida en México es espectacular. Me siento muy afortunada. Francisco Igartua, director del evento, y Andrés Martínez, director de la revista “Boxer Motor”, son mis anfitriones.

En dos días vuelo hasta el otro extremo, Mérida, en el Yucatán, con el responsable de Ducati México, Erwin Richter. Mi Ducati Scrambler Urban Enduro me está esperando en esta representativa ciudad.

El fin de semana después de este gran evento lo utilizo para salir con la pequeña Ducati Scrambler Sitxy2 y un grupo de gente maravillosa y visitar uno de los pueblos mágicos de este país: Valle del Bravo. Lo mejor de llegar hasta este lugar que está a algo más de una hora desde la ciudad es que en la revirada carretera que llega hasta Valle quizás encontremos uno de los espectáculos más impresionantes de la naturaleza: el paso de las mariposas monarca.

Recorriendo el Yucatán
 

Cuando bajo del avión que me trae hasta Mérida, siento un bofetón de humedad, el tiempo es mucho más caluroso que en Ciudad de México. Estoy en la provincia del Yucatán y, aunque mis planes son llegar hasta el extremo este, debido a varios compromisos no me queda tiempo. Ducati tiene preparada una Scrambler Urban Enduro como la que uso en España; solo que esta tiene la friolera de ¡3 km!

Me subo sobre ella y le susurro que la trataré bien. Arranco y salgo por la única carretera que hay, una interminable línea recta hacia Valladolid. Antes de llegar paro en uno de los lugares turísticos de esta zona, las ruinas de Chichen-Itza. Están muy bien conservadas y se puede entender perfectamente cómo eran estas ciudades de el período precolombino.

Deslumbrada por tanta inmensidad, retomo el camino hacia Valladolid. La moto, que dejé en el parking vigilado frente a la entrada, no ha sufrido ningún robo, y eso que estaba cargada con todo mi equipamiento. Se me hace cada vez más corto el día y dudo si llegar a una de las playas más auténticas: Tulum.

Los cenotes
 

Si por algo se reconoce esta parte de México (además de por su litoral) es por la cantidad de agujeros que tiene en la corteza terrestre. No son agujeros normales, suelen ser muy grandes y algunos a varios metros por debajo del suelo. Son los cenotes, palabra que llega desde los mayas hasta hoy y que significa abismo de agua, pozo.

En estos increíbles lugares se forman unas piscinas naturales, pozas inmensas dentro de cuevas semicerradas que ya usaban en la antigüedad como lugares de baño, medicinales, mágicos y sagrados. Una de mis fijaciones en bañarme en uno de ellos. En esta zona aparecen incluso dentro de la ciudad.

La llegada a Valladolid me guarda una sorpresa; me encuentro en un semáforo con una pareja que conocí la noche anterior paseando por Mérida, viajan en una moto de trail alemana. Después de comer en un puesto callejero, nos vamos juntos a buscar el famoso cenote que está en medio de la ciudad.

Nos acercamos después de pagar una irrisoria cantidad de dinero a sus guardianes; quitarse la ropa de moto y meter el cuerpo en esta agua cristalina y helada es toda una gozada. Millones de pequeños peces negros se acercan, comiéndose todas mis pielecillas con pequeños mordiscos. Cuando cae el sol, los murciélagos salen a cientos del interior de la cueva, es hora de regresar a Mérida.

Del Yucatán rumbo a Campeche, Tabasco y Chiapas
 

Mi siguiente destino es Palenque, una ciudad rodeada de yacimientos y ruinas mayas escondidas entre la vegetación de la densa selva tropical. La carretera desde Mérida es absolutamente aburrida, una eterna línea recta que se rompe al llegar a Campeche. El mar infinito, calmo y azul refresca mi cuerpo con su brisa. Voy rodando cerca del mar, a veces incluso cerca de la orilla. Necesito beber algo, el calor es insoportable y allí, junto a esa entrada al mar, veo un árbol. Reviso el terreno antes que lanzarme a la aventura.

Es arena gorda, mezclada con millones de extractos de conchas marinas. El suelo está duro y, sin pensarlo más, aparco debajo de un árbol, donde me refresco en su sombra. Animada por el refrigerio, me subo a la Scrambler y recorro unos metros de orilla.

Pero estas playas guardan un oscuro secreto: son playasmanglares y hay zonas de arenas movedizas que desembocan en el mar. Al principio creí que era solo barro, por lo que mi velocidad era inusualmente baja. ¡Menos mal! La rueda delantera es absorbida por el barro.

Consigo detenerme a tiempo, justo antes de que la rueda trasera también entre en esa arena pegajosa y sin fondo. Me bajo a toda prisa para evitar que mi peso hunda más la Scrambler. Quito las maletas acto seguido, con cuidado de que mis botas no se queden también en estas arenas. Tiro de la moto, de la tija, de la parte trasera. No consigo moverla ni un milímetro y cada vez está más hundida. Necesito pedir ayuda.

Atrapada en las arenas movedizas
 

Dejo la moto, el equipaje a un lado y un montón de huellas en el barro. Menos mal que hay unos obreros unos metros más allá. Les pido ayuda y alucinan cuando ven la moto entre los manglares. Me explican que es una zona muy peligrosa mientras entre dos de ellos y de un tirón sacan la rueda de su sitio, dejando liberada la moto.

Arranco y con mucho cuidado, esquivando estas zonas, consigo salir de allí. Ahora tengo más calor y sed que antes. Continúo el camino después de lavar con agua dulce la moto, para quitar el barro y las conchas pegadas a los radios. Me quedan unos cientos de kilómetros en línea recta, siempre con el mar del Golfo de México a mi derecha.

La siguiente ciudad a la que llego es Campeche. Tiene una enorme muralla que la defendió antiguamente de ingleses y franceses. Es muy bonita y colorida, como todas las ciudades de arquitectura colonial. El tráfico es infernal y aún me quedan unos kilómetros pata llegar a Palenque.

La selva de Chiapas
 

En Palenque encuentro un buen hotel con un cartel enorme de una moto que invita a los motoristas a pasar por allí. Resulta un lugar magnífico, con unas vistas impresionantes a la selva y una enorme piscina. Me acuesto temprano, al día siguiente he quedado con dos motoristas que me acompañarán hasta San Cristóbal. Dicen que el único camino para llegar hasta ahí puede tener problemas de bloqueo y no quieren que viaje sola.

Salimos antes de las nueve, para rodar sin calor algo del viaje, aunque más que el calor es la humedad lo que a mí me molesta. La carretera hacia San Cristóbal es preciosa, llena de curvas, subidas y bajadas y cientos de camiones y autobuses que me obligan a reducir el ritmo y adelantar en contadas ocasiones.

Algunos tramos están en obras, lo que hace que nos tengan parados varios minutos. Cientos de pequeñas poblaciones nos dan la bienvenida con los prolijos topes, tan altos como para hacer que en muchos roce el cubrecárter. Mis acompañantes, bien conocedores de la zona, me llevan a ver las mejores cascadas, pozas y bañeras naturales. Además, como no es día de turistas, consigo que los indígenas me dejen meter la moto hasta la cocina por unos pocos pesos más.

Cae la tarde cuando llegamos al pueblo del bloqueo. Son los maestros los que, a base de coches cruzados, barricadas de maderas y neumáticos, e incluso cuerdas con cristales y clavos, no permiten el paso de ningún vehículo y dejan en medio de la nada a familias, mujeres y hombres que esperan resignados (a veces durante días) a que les dejen terminar su trayecto. Me parece algo inhumano tener a señoras, embarazadas y niños sin poder moverse del asiento del autobús durante horas.

Nosotros pasamos rápidamente, debe ser que a las motos y a las mujeres motoristas extranjeras nos dejan pasar. Por fin legamos a San Cristóbal de las Casas, no sin antes haber contado más de mil topes y millones de curvas. Ha sido un duro día, largo, calenturiento, pero lleno de emoción.

El cañón del Sumidero
 

San Cristóbal me parece una ciudad muy bonita, con un ritmo mucho más relajado que en el resto. El centro parte de una enorme plaza rectangular con un parque en medio. Se oye música y hay mucha gente paseando. Tengo que encontrar el Hostel Rossco, una antigua colonial convertida en un hostel bueno, bonito y barato.

El dueño es motorista y se ha puesto en contacto conmigo para que aproveche su hospitalidad. Desde la plaza central el pueblo antiguo se extiende en manzanas cuadriculadas con cruces estrechos en los que todos miran y dejan pasar uno de cada lado. Me deja alucinada este comportamiento tan educado en cuanto al tráfico. Encuentro la puerta del hostel y me invitan a meter la moto dentro, en el enorme patio donde, entre mesas y una hoguera, dejo aparcada la moto. Por la noche me reúno con un buen grupo de motoristas que vienen de Guadalajara, nos vamos a cenar y probar los deliciosos mexcales típicos de esta zona.

Al día siguiente, siempre muy temprano, salimos hacia Tuxtla Giménez, vamos a visitar el cañón del Sumidero. Un parque natural que se recorre en barca y al que se llega por una increíble carretera de curvas. Dos pequeños puertos en los que disfruto a tope de la conducción deportiva (sin maletas) por el asfalto. No hay tráfico, la autovía de peaje es usada por todo el mundo para evitar lo que más nos gusta: curvear.

Rumbo a Veracruz y Puebla
 

A la mañana siguiente, de nuevo sobre las siete, ya estoy preparada para otro duro día en el que me transportaré desde Chiapas hasta Puebla. La carretera empieza a abandonar la selva y la amplia llanura se abre paso durante horas. Resulta un trayecto muy aburrido y muy largo. El cruce entre una región y otra, Chiapas-Veracruz, es lo más bonito hasta el momento: un puente larguísimo acerca uno y otro lado de un inmenso lago artificial.

Los camarones son el alimento principal que no dejaré de ver y comer por todo el país. Decenas de puestos y casitas con el techo de paja anidan en el extremo de este puente, bajo ellos unas cocinas de leña y un montón de mujeres sirviendo cocteles de camarones, ceviches y carnes a la brasa no paran de trabajar.

Una parada para reponer fuerzas y abrigarse un poco, hay que cruzar una sierra donde la temperatura bajará. Es el Parque Nacional de la Selva del Ocote. Un poco de acción antes de retomar las rectas infinitas que me llevarán hasta Puebla, aunque antes pasaré por el único motódromo reconocido por la FIM, que está en Tehuacán. Continuará…

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