La Old Spanish Trail (III): Nuevo México, Arizona y California

El territorio es desolado, amarillo, reseco. En verano debe hacer un calor espantoso, pero en este mes de enero la temperatura fresca resulta agradable. Circulando entre pozos petrolíferos que parecen martillear el suelo, entro en el estado de Nuevo México, árido territorio que una vez fue la provincia española de Sonora.

Aquí no hay nadie. Es un paisaje desolado de pueblos fantasma. Sólo hay vacas y los coches verdes de la Policía de frontera. Me cruzo una cuadrilla de vaqueros recogiendo ganado; llevan con ellos un perro de tres patas. Casi en la linde con México, aparece Columbus, un poblado diminuto que vivió su momento de fama cuando Pancho Villa realizó en 1916 una de sus correrías. La incursión le traería la muerte. Los estadounidenses organizaron una partida de caza que se pasó por el forro la soberanía mexicana. Las fotos de su cadáver, tendido semidesnudo en una camilla, recuerdan a las del Che Guevara muerto en Bolivia.

Entro en Arizona a través del Chiricahua National Monument y del Bosque de Coronado, llamado así en honor a Francisco Vázquez de Coronado, un salmantino que con apenas 30 años comandó entre 1540 y 1542 una expedición de 300 castellanos por Norteamérica. No encontró las siete ciudades de oro que buscaban, pero sí halló un auténtico tesoro: el Gran Cañón del Colorado.

La carretera se convierte en una maravillosa pista sin asfaltar que sube por la falda de unas montañas empinadas. Asciendo hasta los 7.500 pies por una senda pedregosa y escarpada que a veces se transforma en espeso barrizal. Hay nieve en las zonas umbrías. Después de dos horas de conducción enduro desembocamos en una senda amarilla que al poco nos llevó hasta el asfalto. Desde la planicie de Nuevo México y, tras esta última cumbre, el descenso ha sido continuo.

En el sur del estado está la ciudad de Tombstone y luego Tucson. Son nombres que recuerdan las películas sobre la conquista del Oeste. Pero para cuando John Wayne se fijó en esa epopeya, el Oeste ya lo habían conquistado los españoles con menos colts y más agallas. Tucson la fundó un irlandés al servicio de España, Hugo O´Connor, el capitán Rojo, llamado así por los indios debido al color de su pelo.

Sin embargo, el verdadero conquistador de estas salvajes tierras fue Juan Bautista de Anza, quien nació en 1763 en el actual México, cerca de Arizpe. Anza fue el primer blanco que consiguiera penetrar por vía terrestre desde el sur de Arizona hasta el océano Pacífico, en la Alta California, en una odisea de 1.200 kilómetros que ríete tú de la Anábasis de Jenofonte y sus 10.000 griegos por Persia. Por lo menos los yanquis le han reconocido la gesta a través del Anza Trail y el Anza Borrego Desert State Park, el mayor parque estatal de California.

La conquista de las Californias (alta, media y baja) para la corona española se debe por igual a frailes y soldados. La costa oeste del nuevo continente ya se había recorrido hasta Alaska por los barcos españoles que zarpaban desde los puertos mexicanos de Nueva España, pero el agreste territorio del interior estuvo prácticamente sin hollar hasta la expedición de Gaspar de Portolá en 1768, quien al año siguiente divisaría una gran bahía natural que hasta entonces los navíos habían pasado de largo. Ninguno descubrió la estrecha entrada que hoy cruza el Golden Gate hasta que el San Carlos de Juan de Ayala penetró en su interior en 1775. La bahía por fin recibiría su nombre el día 28 de marzo de 1776, cuando arribó por tierra el legendario explorador Juan Bautista de Anza.

Juan Bautista de Anza nació en 1763, en el actual México, cerca de Arizpe. Hijo de un militar español asesinado por los apaches, se alistó joven en el Ejército. Con 24 años ya era capitán. Destacado en lo que hoy es Arizona, solicitó permiso al virrey de Nueva España para intentar una vía terrestre hasta California. En 1774 marchó con 20 soldados, 3 curas y 140 caballos a través de un pelado e ignoto desierto, territorio de los indios yuma y de las serpientes de cascabel. Este arenoso páramo se llama hoy Anza-Borrego y es un parque estatal. Tras grandes penalidades y trabajos, llegaría con todos sus hombres hasta las costas de Monterrey. España pretendía entonces reforzar su presencia en Alta California para frenar el avance ruso desde Alaska y le concedió permiso para una segunda expedición que esta vez llegaría hasta el corazón de esa gran bahía que él llamó de San Francisco.

Desde Borrego Springs viajó hasta San Diego. La emoción al divisar el Pacífico es intensa. He cruzado EE.UU. de costa a costa. Un viaje muy atractivo e interesante que recomiendo vivamente. En la ciudad visito la primera misión franciscana fundada en 1769 por el mallorquín Fray Junipero Serra, único español con estatua en el Capitolio. En total hay veintiuna misiones, repartidas a lo largo de 996 kilómetros de lo que se conoce todavía como el Camino Real. Una de otra dista unas treinta millas, o lo que es lo mismo, un día de caballo. Visitarlas supone una fenomenal experiencia, pues la senda discurre por grandiosos paisajes que van desde los más áridos desiertos, los bosques más frondosos, las playas más blancas y los valles más fértiles.

De San Diego viajo a Los Ángeles por una red asfixiante de autopistas atestadas de vehículos. La única ventaja es que en California está permitido, o al menos no está prohibido, el splitting the lane. O dicho en cristiano: circular entre coches, algo totalmente prohibido en el resto del país. Allí visito la Biblioteca Huntington, donde se guarda la única copia original del manuscrito de Pedro Pizarro sobre la conquista de Perú escrito en 1571, que desapareció de la Biblioteca Nacional en los años veinte del siglo pasado.

El libro del primo del conquistador Francisco Pizarro, a quien acompañó en la conquista de Perú, se adquirió en 1925 por la Biblioteca Huntington de San Marino, un próspero barrio de Los Ángeles, después de que un marchante lo comprara en una subasta celebrada en Londres. El origen del expolio se desconoce, aunque fuentes de la propia biblioteca apuntan que pudo ser el propio gobierno de Primo de Rivera quien lo vendiera clandestinamente para obtener fondos.

Abandono Los Ángeles y me dirijo hacia el norte por la asombrosa Carissa Highway que circula entre redondeadas colinas de pasto seco debido a la sequía. Es como hacer surf por un océano de dunas amarillas. En pleno éxtasis motociclista llego a la Misión de San Antonio de Padua. Es un lugar maravilloso y tranquilo.

Construida con adobe encalado, el edificio principal es una iglesia de tejado a dos aguas y alta fachada de la cual salen unos pabellones anejos de una sola planta que forman un claustro con jardín en cuyo centro borbotea una fuente. Frescas y silenciosas, ofrecían reposo para la educación y cuidado de los nativos, refugio para la oración y sede para la gestión administrativa de la agricultura y la ganadería. Secularizadas en 1834 por el Gobierno mexicano, las misiones españolas se convirtieron en propiedad estatal y entraron en una imparable decadencia.

Por desidia, saqueos o por la inestabilidad sísmica, quedaron totalmente arruinadas a principios del siglo XX sin que a nadie pareciera importarles. Salvo a una persona. William Randolph Hearst, Ciudadano Kane, quien se construyó un delirante castillo en las inmediaciones de la misión de San Antonio de Padua. El mismo tipo arrogante que alentaba la guerra de Cuba contra España desde sus periódicos, restauró de su bolsillo el viejo edificio eclesial después de que un terremoto lo arrasara por completo. La intervención del magnate tendría otro efecto curioso. Hearst saldó a finales de la década de los 30 las cuantiosas deudas con el fisco cediendo al Gobierno sus tierras con rancho y misión incluidos. El terreno se destinó a campo de entrenamiento militar. San Antonio de Padua es así la única misión que aún permanece en despoblado.

Tomo la Nascimento Road, una estrecha vereda que recorre las faldas de una montaña y desemboco en el Pacífico justo a la caída del sol. Es la Highway I. Ante mí se despliega la carretera más bella que nunca haya visto. Pegada al océano, se suceden las millas y millas de curvas, subidas y bajadas. Es un paisaje similar al Mediterráneo de la Costa Azul, la Costa Brava o la Costa Blanca. Pero sin casas ni urbanizaciones. Es sólo naturaleza pura y salvaje.

Al final de este maravilloso recorrido está la meta ejemplificada en el altivo Golden Gate que cruza la bahía de San Francisco. Es momento de guardar esta moto en casa de mi amigo Stephen Burns hasta septiembre y regresar a Madrid. Los responsables de marketing de BMW Motorrad España tienen un nuevo encargo para mí. Recorrer Sudamérica en una 1200 GS de refrigeración líquida para seguir la huella de nuestros exploradores allí. Pero como dicen en los cuentos, eso ya es otra historia.

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