La Old Spanish Trail (II): Texas, al oeste del Pecos

Este pasado hispánico se puede encontrar por ejemplo en Goliad, tercer pueblo más antiguo del estado, fundado alrededor de la mi­sión de Nuestra Señora del Espíritu Santo de Zúñiga y de un fuerte español llamado Presidio de la Bahía.

Más al sur encuentro Laredo, población que formaba parte de la provin­cia de Nuevo Santander colonizada por el cántabro José de Escandón, primer conde de la Sierra Gorda. Tras la independencia de México, los estadounidenses tomaron la ciudad a comienzos del siglo XIX. Los habitantes votaron en referéndum que querían ser mexicanos. Los ocupantes los desplazaron al otro lado del río, donde se fundó Nuevo Laredo. Hoy el tránsito de mercancías y personas es masivo entre las dos ciudades gemelas. En el lado mexicano hay maquiladoras, fábricas para empresas estadounidenses con mano de obra barata, y en el lado norteamericano hay tiendas libres de impuestos para que los mejicanos se gasten su dinero en el lado correcto del río.

Siguiendo la línea fronteriza con México cruzo el río Pecos y todo pare­ce cambiar en el Oeste. Para mí, a mejor. Menos gente, pocos coches, espacios inmensos. Llego al Parque Nacional de Big Bend, que toma su nombre de la curva de 90 grados que hace el Río Grande, dividiendo entre dos países muy distintos un mismo desierto donde no crece nada comestible y los espaldas mojadas mueren de sed e insolación. Este gran meandro mide casi cuatrocientos kilómetros. Hace mucho que las minas de cinabrio se abandonaron y en esta miserable esquina sólo un reducido turismo de aventura permite ingresar algunos pocos dólares con que comprar el agua que los habitantes locales necesitan para beber.

Las estribaciones de las montañas Chisos se ven al fondo con su pico más alto, el Emory, de 3.200 metros. El horizonte nuboso tiene un tono azulado e irreal. Por fin encuentro la palabra que mejor define Texas. Irreal. Texas se me antoja un escenario de cuento donde la gente flota ingrávida en una fantasía imposible. Muy cerca de aquí, en Marathon, se filmaron escenas de la singular película de Wim Wenders París Texas, que parecía mostrar otro planeta. Las distancias son enormes y las relaciones sociales escasas. Cualquier locura está permitida, como ejemplificó perfectamente el Juez de la Horca Roy Bean, quien elegido autoridad judicial en 1882, suspendía juicios para vender licor en su comercio, multó a un hombre muerto o celebró un combate de boxeo en mitad del Río Grande.

Los senderos de tierra amarillenta se pierden en la árida lejanía y llevan hasta la linde con México. El parque se expande en más de tres mil kilómetros cuadrados de reseca nada donde los cactus y los reptiles encuentran su mejor ecosistema. Conejos, pecaríes y coyotes son los principales mamíferos que pueden encontrarse por la noche, que es cuando el parque cobra vida animal. Pero quizá lo más interesante del Big Bend no esté dentro de los límites protegidos, sino en el área colindante, en la región del mismo nombre, que es donde vive la fauna más curiosa: la de los escasos seres humanos que habitan este desierto.

Aquí tuvieron su primitivo solar los apaches mescaleros, los comanches, y luego llegaron los franciscanos españoles, los colonos americanos, los cuatreros, los mineros y ahora los neohippies y los que huyen de la sociedad de consumo.

Una vez fuera del parque nacional, encontramos el distrito minero de Terlingua, allí se ubica la ciudad del mismo nombre, que fue célebre por ser la población en EE.UU. más distante de una comisaría. Nació a finales del siglo XIX gracias a la pequeña fiebre del cinabrio, mineral del que se extrae el mercurio. Llegó a tener dos mil habitantes. Hoy está abandonada y se la conoce como Ghost Town, ciudad fantasma, y es una atracción turística con sus viejas casas de piedra vacías de vida.

Y es que no hay apenas vida urbana en Big Bend. La gente vive alejada entre sí. De Lajitas a Presidio, únicas poblaciones dignas de ese nombre, la carretera corre paralela al río. Es un recorrido sublime de curvas, secarrales, montañas y cañones. Es un escenario digno de western. La

imaginación del cinéfilo europeo se dispara en este territorio fronterizo.

Al ver esta desolación recuerdo al primer europeo que recorrió estas tierras. Fue un español llamado Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Formaba parte de la desgraciada expedición de Pánfilo de Narváez a Florida. Naufragaron en 1527 y junto a tres supervivientes caminó 5.000 kilómetros durante ocho años, desnudo y sin armas, hasta regresar a México. Sobrevivió ejerciendo de médico y comerciante entre los indios. El relato de su aventura es el más asombroso libro de viajes por Norteamérica que imaginarse pueda. Era gente de otro temple la de aquellos tiempos.

Con el ocaso declinante, las rocas se tornan del color del fuego y el cielo se tiñe de rosas y naranjas. Se produce un curioso efecto óptico. Cuando el sol se pone y el horizonte a mi izquierda se enciende de un vibrante color anaranjado, el otro horizonte a mi derecha responde como un reflejo y se vuelve del mismo tono, aunque un poco más pálido.

Días después de haber entrado en el estado de Texas, lo abandono por la famosa ciudad fronteriza de El Paso; frente a ella, la mexicana urbe de Ciudad Juárez. Antes de abandonar definitivamente Texas visito la imponente estatua dedicada al Último Conquistador, don Juan de Oñate, quien fuera gobernador de Nuevo México y realizara en el siglo XVI grandes exploraciones por el actual estado de Colorado. Lo que tengo ante mí es la más grande estatua ecuestre del mundo, con sus 11 metros de altura y sus más de 16 toneladas de peso. Sorprendente reconocimiento a un hombre al que sus compatriotas tienen completamente olvidado. Cosas de la vida.

Prosigo la marcha y me dirijo a Nuevo México por una escondida comarcal paralela a la frontera. Los conductores escrutan con suspicacia al desconocido jinete. Entre los matorrales resecos cimbrea una serpiente de cascabel y una vieja furgoneta arroja toneladas de humo negro al pasar a toda velocidad. Los uniformados de la Border Patrol, la temida Migra, detienen enormes camiones buscando inmigrantes ilegales. El desierto se tumba infinito en un horizonte rojizo. Tipos de sombrero Stetson nos miran con curiosa indiferencia desde el local de la American Legion.

Esta región del Oeste no es que sea la América profunda. Está mucho más allá. En realidad, es otro planeta.

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