Ir a la mili en moto, mi primera gran aventura

Ir a la mili en moto, mi primera gran aventura

El otro día recordé la historia de ir a la mili en moto... Un día no sé por qué, reflexionas, echas la mirada atrás y te das cuenta de que tu vida ya es historia. Lo que a ti te parece todavía anteayer, resulta que sucedió hace 38 años…

Y en esos años pasaron muchas cosas que vas recordando. Una de ellas es la carta que me llegó del Ministerio de Defensa en 1983, recordándome mi deber para con la patria…

Sí, con 18 añitos me tocó ir a la “mili”, a hacer el servicio militar obligatorio, ya abolido en nuestro país desde hace un par de décadas.

Me tocaba ir a Melilla, pero como me presenté voluntario, con antelación, precisamente por si me tocaba este destino -por la ley de Murphy que me persigue-, acerté al 100%.

En lugar de ir a Melilla iría a la Base Aérea de Reus, que estaba a escasos 130 km de casa de mis padres, a un tiro de piedra de moto… ¿Moto?

Podría ir a la mili en moto… Interesante… Así que uní obligación y placer, y la cosa no pintaba tan mal… Debía presentarme en la Base el día 16 de enero de 1984 a las 8 de la mañana.

En aquel entonces tenía un ciclomotor de decimotercera mano, de la que ya hablaremos otro día, y una “flamante” Ducati 160 Sport, también de decimotercera mano y con matrícula de Murcia.

Mi compañera de aventura era del año 1966, o sea que cargaba con 17 años a cuestas en aquel momento, aunque estaba realmente restaurada y bien de mecánica.

Tenía un motor monocilíndrico de ciclo 4T, una cilindrada de 156,99 c.c., entregaba 10 “poderosos” CV, los frenos eran de tambor, las suspensiones eran durísimas, las llantas eran de 18” con neumáticos Pirelli Mandrake, y tenía una punta de 110 km/h.

Sin entrar en detalles sobre la parafernalia administrativa y logística, al fin llegó el día “D” y la hora “H”. Ya tenía la moto “a punto”.

Y digo “a punto” entre comillas, porque en aquella época eso para mí era simplemente tener el depósito de gasolina lleno…

No miré presión de neumáticos, ni nivel de aceite, ni la tensión ni engrase de la cadena, ni me llevé una bujía o una bombilla de recambio… ¡Qué feliz!

Y como equipamiento tenía una chaqueta “civil”, un chubasquero de dos piezas de calle, unos guantes de ir en moto y un casco integral Nava 3, que era todo un lujo.

O sea, una pena de equipamiento, y en pleno invierno, con una naked clásica… Iría a pelo…

Para llegar a destino a las 8 de la mañana tuve que madrugar. A una media de 80 km/h como mínimo tardaría unas dos horas y media, contando parada para hacer un pis y contratiempos.

Y es que para ir desde mi pueblo hasta Reus tenía que atravesar obligatoriamente Barcelona de punta a punta por la Diagonal. En aquel entonces no había ni rondas. Para que veáis como han cambiado las vías de comunicación…

Ataviado con mi lamentable equipamiento motorista salí de casa a las cinco de la madrugada, con tiempo de sobras, por si la Ley de Murphy ataca... Alea jacta est.

No había recorrido ni 5 kilómetros y ya estaba pelado de frío… Aún me quedaban 125 km… Ya casi llegaba a Barcelona.

Entrando en la ciudad, desierta en aquel momento y a esa hora, el sonido de mi escape se hacía notar… En uno de los semáforos, al volver a arrancar y dar gas la moto hizo un “¡Pufffffffff!” y se paró.

Era normal. De cuando en cuando hacía una falsa explosión y se paraba. De hecho, explotaba al revés, expulsando los gases de escape por la válvula de admisión.

El resultado era que la falsa explosión escupía el carburador y me lo sacaba de la tobera de admisión, quedando colgado del cable de gas.

Puse la moto sobre el caballete, metí el carburador a presión en la tobera, le di un par de golpes y ¡arreglado! ¡No necesitaba herramientas!

El carburador no tenía filtro… Cuando compré la moto se lo quité y le puse una trompeta con rejilla, por lo que aspiraba aire “a pelo”, como en las motos de carreras y, de paso, hacía más ruido.

Atravesando Barcelona llego a la plaza Calvo Sotelo y, sin querer, me salto un semáforo que hay en medio de la rotonda… La verdad es que estaban muy altos y casi ni se veían.

Y como me persigue siempre la Ley de Murphy, allí me estaba esperando un control de la Guardia Urbana, a las 5 y media de la mañana…

Me pidieron la documentación, evidentemente, y me preguntaron a dónde iba a esas horas. Y yo respondí, “A la mili. Voy a Reus”.

La pareja de urbanos se miraron el uno al otro y luego me repasaron de arriba abajo… Debieron pensar que entre la moto de decimotercera mano, el lamentable equipamiento y lo que me esperaba en Reus, ya era suficiente purgatorio para mi…

Así que me dejaron ir sin multa… “Una menos” pensé… Enfilé la salida de la Diagonal y tomé la autopista.

A 90 km/h hay mucho tiempo para pensar… El faro de la moto no iluminaba nada, nada, no había nadie en la autopista y estaba muerto de frío.

Los minutos se hacían eternos… Las manos como carámbanos, las piernas y el pecho helados, y la moto ronroneando, petardeando correctamente. Llevaba instalado un silencioso de escape de Ducati 250 24 Horas, que petaba muy bien…

Cuando me faltaba media hora para llegar no pude más y paré en una estación de servicio, hice un río y me tomé un café con leche, que me supo a gloria… ¡Algo de calor!

Enfilé de nuevo la autopista y llegaba a la Base de Reus a las 7,30 h, a tiempo para incorporarme a filas… Para mi fue una aventura; nunca había ido tan lejos en moto en solitario.

Aparqué a mi querida Ducati y la tapé con un plástico grande que llevaba para tal menester… No la volvería a utilizar en dos meses, hasta que jurase bandera.

Allí tendría como compañeros de escuadrilla algunos personajes que serían mediáticos, como el locutor de radio Jordi Basté, o un integrante del equipo nacional de enduro en la categoría Club, en los ISDE de 1985, Jordi Núñez.

Quien me lo iba a decir que mi primer “gran viaje” en moto sería para ir a la mili…

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