Inglaterra: Recorriendo Cornualles

Y después de unos cuantos años ya viajando en moto, de miles de kilómetros a mis espaldas y de haber disfrutado de paisajes como los de Cerdeña, Burdeos, el norte de Italia, puerto del Stelvio y del Gabbia incluidos, o España, ahora estoy muy orgullosa de ser una “motera consorte”.

Pero a lo que vamos. Este verano mi marido y yo decidimos poner rumbo a Reino Unido, a una zona que a algunos os sonará porque en ella se desarro­llan la mayor parte de las novelas de Rosamunde Pilcher o porque Carlos de Inglaterra y Camila son los duques de este condado: Cornualles. De esta zona, que está al sureste de Inglaterra, sólo sabíamos que tenía unos acan­tilados impresionantes, unas bonitas playas, muchos pueblos de pesca­dores y valles verdes llenos de ovejas, vacas y caballos. Y sí, Cornualles tiene todo esto y mucho más, y en diez días hemos descubierto un destino muy recomendable al que sin duda volve­remos.

Pero empiezo por el principio. Nuestro viaje empezó de Madrid a Santander. Hacía mucho calor y el viaje se hizo muy pesado, sobre todo hasta que pasamos Burgos. ¿Qué tendrá la carre­tera de Burgos que se hace siempre tan pesada haga frío o calor?

En Santander teníamos que coger un ferry de la compañía Britanny Ferries con rumbo a Plymouth. El trayecto desde Santander hasta Plymouth dura 14 horas, pero os puedo asegurar que no se hace ni mucho menos pesado. El barco es muy cómodo, limpio, y la comida es bastante buena también. Nada más hacer el check in para entrar en el ferry ya pudimos disfrutar de ese ambiente motero, al compartir la espe­ra del embarque con otros motoristas, la mayor parte ingleses, que habían pasado sus vacaciones en España y ahora volvían a casa. Después de una travesía muy tranquila, llegamos a Plymouth.

British Weather

Habíamos salido de España con 32 grados y un sol reluciente y llegamos a Plymouth con 17 grados y un tímido sol entre las nubes. Pero esto no os tiene que desanimar, es lo que llaman el “British Weather”, es decir, hace un poco de todo, sol, lluvia, nubes y en el mismo día puede salir un sol como en Barbados y de repente caer una buena tromba de agua.

Desde Plymouth nos dirigimos hasta Fowey, donde pasamos la primera noche de nuestra ruta. Por supuesto, no tengo que decir que lo primero a lo que hay que acostumbrarse es a conducir por la izquierda y sobre todo a tomar las rotondas por la izquierda también. Esto fue a lo que más me costó acostumbrarme, ¡menos mal que el que conducía era mi marido!, y él lo hizo realmente bien.

Fowey es un precioso pueblo pes­quero, con mucho encanto y muy auténtico. La vista que hay desde su puerto es realmente bonita y, aunque es un pueblo pequeño, merece mucho la pena una visita y un paseo por sus calles. Esa noche nos hospedamos en un Bed and Breakfast que se llama “Well House”, una casa del siglo XV muy auténtica, con unos dueños muy hospitalarios y un perro muy simpático llamado “Frank”. La mañana siguiente nos despertamos con un bonito sol y con el sonido de las gaviotas, ¡no podíamos pedir más!

Desde Fowey pusimos rumbo a nuestro segundo destino: Falmouth. Pero antes de Falmouth paramos en la capital de Cornualles: Truro. Lo más significativo de Truro es su catedral de 1880, pero también un paseo por sus calles es muy recomendable y sobre todo no os podéis perder una “Tea House” llamada Charlotte. Se trata de una casa de tés de principios del siglo XX, donde sirven un té espectacular y unos “cream teas” (bollos con crema y mermelada de frambuesa) que no debéis dejar de probar. Inglaterra tiene mala fama respecto a su comida, pero sin embargo os puedo asegurar que en los diez días que hemos estado en Cornualles hemos comido fabu­losamente y no excesivamente caro. Después de pasar unas cuantas horas paseando por Truro nos pusimos de nuevo en carretera hasta Falmouth. Al llegar a Falmouth nos cayó una buena tromba de agua, de nuevo el “British Weather”, y cuando llegamos a eso de las cinco de la tarde ya estaba todo cerrado. Aun así nos dimos un paseo por el pueblo. Falmouth es más grande que Fowey, pero sin perder el encanto y la autenticidad. Tiene un puerto muy grande y unas playas espectaculares de arena blanca, además de una de las fortalezas del rey Enrique VII llamada Pendennis Castle; está lleno de flores color fucsia muy particulares. El atar­decer desde Cliff Road, viendo el mar, la montaña y la silueta de Pendennis Castle es un espectáculo.

St Ives y Padstow

Nuestra tercera etapa tenía como destino St Ives, quizá el pueblo más turístico de Cornualles pero realmente bonito. Allí pasamos tres días disfrutando de sus playas limpísimas y espectaculares y de los pueblos de alrededor. Pero antes de llegar a St Ives hicimos una parada en el Lizard’s Point, que es el punto más al sur de Inglaterra y que tiene unos acantilados espectaculares. Al llegar a Lizard’s Point tendréis que dejar vuestra moto en un aparcamiento y bajar andando por un sendero. Si hay algo que me ha sorprendido muy positivamente es lo extremadamente educados que son los ingleses con las motos. Puedes dejar tu moto aparcada y con todo el equipaje, con la tranquilidad de que nadie se va a acercar y que tu equipaje está seguro. Al menos así ha sido durante todo nuestro viaje por Cornualles.

En los días que estuvimos en St Ives, aprovechamos para hacer una ruta por los pueblos cercanos y visitamos St Michael Mount, parecido al Mont Saint Michel francés; Pezance, nada especial como pueblo; Mousehole, uno de los pueblos más encantadores de Cornualles; Ponperro, vista especta¬cular desde el teatro Minack, y Land’s End, que es el punto más occidental de la parte continental de Inglaterra. A diferencia de Lizard’s Point, que es muy auténtico, Land’s End es demasiado turístico y han hecho de él una atrac¬ción un poquito hortera, pero el paisaje y sus acantilados sí que merecen la pena, así que a pesar de esto no dejéis de hacer una paradita.

Tras tres días estupendos en St Ives, en los que también pudimos aprove¬char para meter los pies en las gélidas aguas del océano, sólo los pies, nos dirigimos a nuestra siguiente parada en Padstow. De camino a Padstow teníamos planificado hacer algunas paradas en St Agnes, Perranporth y Newquay. De estos tres pueblos, sólo el puerto de St Agnes merece realmen¬te una parada. Perranporth no tiene nada que ver y Newquay, aunque tiene unas bonitas playas que me recorda¬ban a la playa de las Catedrales, se ha convertido en un pueblo tan turístico y bullicioso, desordenado y un poco feo, que la verdad es que no merece la pena ni parar. De hecho, nosotros sólo comimos allí y, viendo el panorama, volvimos a Truro a disfrutar de un estu¬pendo té en Charlotte.

Si tuviera que elegir entre todos los pueblos que he visitado en Cornualles, creo que me quedaría con Padstow. St Ives es muy bonito también, pero Padstow es algo menos turístico, aunque tiene muchos visitantes y es un pueblo de pescadores con un encanto muy especial. En Padstow estuvimos tres noches y aprovechamos para descansar un día de la moto, aun­que ese día la sustituimos por una bici, ya que en Padstow hay un sendero sólo para bicis y caminantes que se llama Camel Trail. El Camel Trail tiene unos 27 kilómetros de longitud y atraviesa unos preciosos paisajes. Nosotros llegamos hasta Waderbridge, un pueblo a unas 5 millas de Padstow y que está muy bien para dar un paseíto, comer y reponer fuerzas. Si visitáis Padstow, os reco­miendo el mejor “fish and chips” que probablemente probaréis en esta zona de Inglaterra, el Rick Stein fish and chips, bueno, bonito y barato, y con una calidad de pescado muy buena. Además de pasear en bici por el Camel Trail, cerca de Padstow hay unos pueblos maravillo­sos como Port Isaac, donde se grabó la serie “Doc Martin”, la versión inglesa de nuestro “Doctor Mateo”; Tintagel, donde podéis encontrar las ruinas del castillo del rey Arturo, aunque hay que echarle un poco de imaginación, y Boscastle, con un puertecito que da al mar abier­to impresionante. Además, cerca de Padstow, también podréis visitar una casa de campo de principios del siglo XX –que en Inglaterra se les llama “stately home”–, llamada Lanhydrock y que los que sois fans de series como “Downton Abbey” no deberías perderos.

De vuelta a Plymouth

Tras estos tres días en Padstow, comienza a llegar el final de nuestro viaje. Desde Padstow viajamos a Bude, donde hicimos noche. Después de tantos lugares espectaculares, Bude no es de los sitios más bonitos de Cornualles, o al menos a mí no me lo ha parecido. Es un sitio conocido por sus playas, pero ese día llovió a mares y no pudimos disfrutar mucho ni del pueblo, ni de la playa. Eso sí, nos alojamos en un “bed and breakfast” estupendo llamado “Fairway Guest House”, y sólo por lo bonito que era el B&B y por lo bien que nos trataron, mereció la pena la estancia en Bude. Al día siguiente tocaba volver a Plymouth y coger de nuevo el barco a la mañana siguiente. Antes de poner rumbo a Plymouth aprovechamos primero para visitar Clovelly, un pueblo en Devon que es característico por sus calles empinadas, sin acceso a los coches y donde puedes ver unos burri­tos muy simpáticos, ya que siglos antes eran los encargados del transporte. Nos cobraron seis libras para entrar en el pueblo y sinceramente, aunque bonito, después de todos los pueblos que ofre­ce Cornualles, no merece la pena pagar seis libras por verlo. Un poco decepcio­nados, esta vez sí que nos pusimos en marcha hacia Plymouth.

Plymouth no ofrece grandes cosas, la verdad, sólo la parte vieja, Barbican y the Hoe, merecen la pena, porque el resto es bastante gris y un poco feo. Así que mi recomendación es hacer noche en cualquier pueblecito cercano al puerto de Plymouth, con más encanto, que te permita coger el ferry de vuelta a España con facilidad.

La travesía desde Plymouth hasta Santander en el ferry fue más movida que la ida, ya que ese día llovía a mares y había mucho viento. Si en la ida había­mos encontrado muchos compañeros motoristas, todavía había muchos más en el ferry de vuelta a España. Cientos de motoristas ingleses venían a pasar sus vacaciones a España y el ambiente que se creó en el ferry fue muy especial, sobre todo cuando todos juntos encen­dimos los motores y salimos del barco a la vez. Habíamos llegado de nuevo a España y nuestro viaje había terminado, con 2.000 km más en nuestras espaldas y llenos de muchos buenos recuerdos de Cornualles.

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