Historias de mensajeros, para matar el gusanillo ganando algo de pasta

Historias de mensajeros, para matar el gusanillo ganando algo de pasta

Conocidos hoy como “riders”, los “recaderos” en moto nacieron hace unas cuantas décadas para hacer gestiones comerciales, comenzando a generar miles de historias de mensajeros.

No sé si sois conscientes, pero los mensajeros en moto en nuestro país nacieron hace mucho, mucho tiempo. Y no, no eran de los que te llevaban la pizza a casa, principalmente porque cuando nacieron en aquella época no había cadenas de pizzerías ni de comida rápida.

A principios de los 80 en nuestro país nacieron los “mensacas” en moto, los moto mensajeros, chavales que les sacaban dos duros a su pasión, ir en moto.

En 1983 yo comencé a ser un “mensaca” con un humilde ciclomotor, trabajando en la ciudad de Badalona; de eso hace casi cuarenta años… Ahora aquí pondría el icono de Whatsapp que se lleva la mano a la cabeza…

En aquel momento había dos, tres empresas de mensajería importantes en Barcelona y alrededores. Recuerdo a Halcon Courier y a Mensajeros Dia i Nit como la competencia, aunque la “mía” era muy pequeñita en aquel entonces y hoy todavía existe, ya convertida en una gran empresa.

Yo había acabado el COU, había aprobado la Selectividad y, en el lapso de tiempo antes de retomar la actividad, quise ganarme dos duros yendo en moto.

Así fue como charlando con mi amigo Pere decidimos personarnos en la empresa de mensajería a por trabajo. Él tenía una Montesa Impala II y yo mi querido ciclomotor Ducson, nuestras herramientas de trabajo a partir de aquel momento. De hecho, en el mismo momento que fuimos a preguntar ya nos querían dar dos entregas para hacer...

Aquella era una empresa pequeña, creada por una mujer emprendedora, Lourdes, todo un nervio, y su novio Álex, que tenía en plantilla a seis, siete “mensacas”, cada uno con su historia y su propia moto de decimotercera mano, equipada con un portapaquetes y la obligada caja roja de transporte hecha de fibra de vidrio.

Miquel tenía una vieja Vespa 200 -y también una Sanglas 500-, “Chichu” iba sobre una Derbi Diablo, Celestino iba en una fabulosa y recién estrenada Honda CB125X -¡era el rey con aquella moto comprada nuevecita!- y Jovani se movía con una Vespa Primavera 125 con tubarro.

Y también había una chica, Nuria, que iba sobre una Ducati Road 250, Víctor, que era su novio, y hasta había un chico bien que trabajaba para sentirse útil -no le hacía falta el dinero- con una Ducati 500 Desmo -fabricada por Mototrans-, que al poco tiempo cambió por una flamante Yamaha XS 400, convirtiéndose en el nuevo rey del grupo.

Uno de los últimos que se incorporó después de nosotros dos fue Iñaki, un tío grandote y fornido, que trabajaba con una Moto Morini 350. Unas décadas más tarde hizo el Dakar con una Bultaco, ¿lo recordáis?

Sin duda, todo esto daba para escribir un cómic estilo “Joe Bar Team” en versión mensaca, os lo juro. Daba para hacer unos cuantos tomos…

En aquel momento los mensajeros no teníamos categoría laboral, no estábamos reconocidos fiscalmente, por lo que, y no os lo vais a creer, ¡no nos hicieron contrato para trabajar! No nos podían meter en ningún epígrafe, por lo que trabajamos “alegalmente”.

Ninguno de los “mensaca boys” teníamos contrato, no teníamos cobertura de la Seguridad Social, ni cotizábamos, ni teníamos nómina, pero por suerte cobrábamos cada semana nuestra comisión.

Íbamos a comisión pura y dura, sin sueldo fijo. Con cada recado ganábamos 5 pesetas -no lo recuerdo exactamente-, y en una mañana buena podías hacer entre 10 y 20 recados.

Yo tuve la suerte de que una empresa se “encariñó” de mí por la responsabilidad mostrada y siempre trabajaba para ellos. Cada día tenía casi fijos 20 recados a hacer, principalmente en bancos, y alguna empresa más.

Transportaba material muy sensible como talonarios firmados -¡para escaparse a las Bermudas a vivir!-, las entonces denominadas xerocopias, letras, nóminas y contratos. Era como una especie de transporte de seguridad, pero en pobre y de camuflaje.

Un detalle excelente era que cuando llovía había que trabajar igualmente, pero cada recado era más caro y el cliente pagaba un incremento de “lluvia” que iba a parar íntegramente a nuestro bolsillo. Adorábamos los días de lluvia, curiosamente…

Ahora todos los raiders van con GPS y teléfonos móviles. Llegar a cualquier sitio es fácil, pero nosotros no teníamos ni GPS ni móvil… Yo tenía una vieja Guía Urbana de Barcelona que era de mi padre, que en 1983 ya tenía 12 años a cuestas, por lo que no estaba precisamente actualizada y, además, perdía páginas…

Algún día llegaba a un lugar recóndito de la Ciudad Condal y cuando pasaba las páginas siguiendo el recorrido, de repente, ¡zas! faltaba una página... Por suerte no era habitual.

Cada vez que tenía que ir a hacer un reparto a Barcelona, muy pocas veces por suerte, tenía que armarme de valor, consultar la guía, y a ver si llegaba al sitio.

En ocasiones tardaba bastante, tanto, que no salía a cuenta… Odiaba hacer aquellas entregas a tanta distancia, y que cobraba como tarifa urbana desde Badalona… Ir a la Zona Franca o a Valle Hebrón a las 6 de la tarde -ya de noche- en invierno, para nosotros era una desgracia…

Y cuando hacía la entrega, ya que estaba en Barcelona, para aprovechar el viaje llamábamos a la empresa a ver si había algo cerca. Y, claro, había que usar las cabinas telefónicas, hoy en desuso. Recuerda, no había móviles en el 83...

Las cabinas te permitían hacer la llamada sin moneda, pero la comunicación se cortaba a los dos segundos. Por ello, para ahorrarnos la moneda de la llamada, marcábamos y en cuanto Lourdes descolgaba decíamos nuestro nombre rápidamente y, si había un recado para nosotros ella respondía inmediatamente con un “Siiiiiiiiiiií”.

Solo entonces poníamos la moneda en la cabina y anotábamos la dirección de recogida. Cosas de no cobrar una nómina y de ahorrar dinero…

Por cierto, el tema de equipamiento motorista para no mojarnos, pasar frío o protegernos brillaba por su ausencia… Yo llevaba un viejo casco integral, eso sí, a pesar de que no era obligatorio en ciclomotor. Siempre he llevado casco, siempre.

En cuanto a chaqueta y guantes, llevaba ropa de calle, sin protecciones, que no era ni impermeable… Cuando llovía quedaban empapados, y dejaba las empresas a las que iba con un charco de agua… Al llegar a casa la ducha caliente era obligada, so pena de pillar una pulmonía. Lástima de no poder disfrutar del Gore-Tex, y es que en 1981 solo lo llevaban los astronautas…

Si me preguntas cuál fue lo más curioso que he “transportado” la respuesta es fácil: ¡un camión! Y es que uno de los recados fue guiar a un camionero extranjero hasta una dirección. Se había perdido y no tenía un mapa…

Y es que, recuerda, en aquel momento no había ni teléfono móvil ni GPS, así que tuve que hacer de GPS humano.

En todo el tiempo que estuve trabajando de mensajero me caí varias veces, sin consecuencias, por suerte, y también asistí a algún compañero de trabajo. Recuerdo que el chaval de la XS400 tuvo un accidente leve en el que se le cayó la moto y se le rompió la maneta del embrague. No se atrevió a conducir así.

Como no teníamos servicio de grúa -costaba una pasta- le fuimos a buscar la moto a Barcelona para traerla en marcha de vuelta a Badalona. La conduje sin maneta de embrague de semáforo en semáforo…

Trabajé bajo la lluvia, bajo el granizo y la nieve, e incluso en la nevada del 1986, cuando muchas calles de Barcelona quedaron cortadas.

Evidentemente hice muchos, muchos kilómetros, pero como mi viejo ciclomotor Ducson S21 no tenía cuentakilómetros, nunca supe la cantidad…

¡Qué gran escuela fue esta época! Conducir por ciudad con un sencillo ciclomotor me enseñó a estar siempre atento al tráfico circundante y a moderar mis ímpetus, y también aprendí a mimar y reparar mi querida Ducson. A pesar de que trabajé como mensajero de manera totalmente ilegal... ¡Cómo se entere Hacienda y Trabajo...!

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