Garmisch es para las motos

Todo empezó mientras chateábamos por Whats­App Eduard López Arcos y yo; hacía tiempo que queríamos rodar juntos, y ahora que tanto él como Simona, su pareja, andaban por España, decidimos que Garmisch sería la excusa ideal para hacerlo. Po­cos días antes de la salida nos llamamos; con él vendría Juan, un gallego, y conmigo Jota, un madrileño, ambos con BMW sendas R 1200 GS. Aunque no nos conociésemos todos, íba­mos a viajar juntos, el buen rollo del viaje dependía tan sólo de nosotros mismos. Aprovechando el viaje, decidí montar las Continental Trail Attack 2, siempre ruedo con las TKC 80 de la misma marca, pero ir a Garmisch con tacos no me pareció oportuno. También recibí una sorpresa: TomTom me enviaba el nuevo Rider, así que lo pondríamos a prueba: Eduard sigue fiel a la idea de viajar acompañado de mapas, mientras que yo prefiero la versión 2.0, apoyarse en el navegador. ¿Quién ganaría la apuesta?

Quedar en un camping

Para salir quedamos en un lugar bonito: Isla Playa, en Santan­der. Cada grupo de dos saldría desde su lugar de origen y allí nos veríamos. Ganamos los madrileños, con unas horas de más en las que nos dio tiempo a disfrutar del paisaje. Nuestra ruta pasaba por el páramo de Masa y el puerto del Escudo, entre otras carreteritas de bonitas curvas. Eduard vendría con su “cebra” por la costa del Cantábrico desde Galicia. Al legar los primeros al camping, elegimos lugar y montamos tiendas, unas cervezas casi a orillas del Cantábrico nos sirvieron para relajarnos. Ya de noche, llegaron Simona, Eduard y Juan (al que acabamos llamando “el espíritu” por ser perseguido por una rapaz y recordarnos a otro rider). La tienda con garaje de Eduard superaba tres veces nuestras pequeñas tiendas de dos; las risas cada vez que montaba su fantástica tienda estaban aseguradas día tras día. A la mañana siguiente saldríamos hacia Francia, tenemos tiempo de sobra, nos decimos y decidimos hacer mucha curva y pocos kilómetros. El resultado, llegar hasta Bayona, lloviendo a cántaros y buscando un camping que no costase más de 15 euros por persona, cosa harto difícil en esta parte francesa. A mí me dio tiempo a comprobar que los Conti tienen un límite de seguridad muy alto, incluso con la moto cargada, en suelo mojado… las tumbaditas en las curvas de montaña las hacía sin problemas y sin sustos.

Lluvia, noche y el TomTom

Por la mañana decidimos comprobar la eficacia del navegador. Los hombres del equipo, Eduard, Jota y Juan, no se fiaban demasiado de él, pero Simona y yo le dimos una oportu­nidad; programamos una ruta de curvas, sin carreteras nacionales y sin peajes, por supuesto. Comparando la ruta dada por el navegador con el mapa de papel, el resultado era perfecto. Coincidía plenamente con la ventaja de que si nos confundíamos, él solito recalcularía para continuar por el buen camino. La lluvia volvió a hacer acto de presencia y cada cual se puso su ropa de agua. Yo sigo siendo fiel a mi clásica chaqueta y pantalón BMW; ha aguantado un viaje de un año y medio y sigue sin calar. Además, la parte de arriba la uso de chubasquero cuando no monto en moto, ya que dispone de capucha. Poco a poco la noche nos cayó encima y, a las nueve, el camping al que íbamos estaba cerrado. Va­gabundeando por los alrededores del pueblo donde íbamos a dormir preguntamos a un matrimonio de foráneos. Nos invitaron a seguirles hasta un polideportivo, con la única con­dición de levantar las tiendas antes de las 7 de la mañana.

¿Un café? Sí, gracias.

Levantarse a las seis y media y que siga todo empapado es una lata, pero si cuando sales ves “el chalet” que por tienda tienen Simona y Eduard, la cosa empieza a animarse. El sol nos dijo hola a eso de las ocho y decidimos poner las tiendas a secar. Simona y yo vimos que una mujer entraba en uno de los pabellones que sumaban el complejo y preguntamos si nos dejaba usar “la toilette”; era una simpática marsellesa, aunque vivía allí, en Rodez. Nos acabó invitando a los cinco a un café con bollitos en otro pabellón, el del colegio de párvulos en el que trabajaba, era su último día antes de las vacaciones. Con la tripa caliente y algo llena, tomamos rumbo al oeste, nuestra meta era llegar a la frontera franco-suiza. De nuevo y tras la buena experiencia de la ruta del día anterior, dejamos que nuestro ya amigo navegador nos guiara por las carreteras comarcales menos transitadas. El resultado de nuevo fue bueno. Aunque no conseguimos llegar a la frontera, sí lo hicimos casi al lado. Una carretera cortada por obras nos haría dar mucha vuelta. Decidimos entonces buscar un camping, un prado, un lugar donde descansar hasta la mañana siguiente. El camino por

las hoces de un río, con la piedra rozando nuestros codos en las curvas, había sido magnifico, el descanso del guerrero nos lo habíamos ganado.

El ronroneo de las vacas

Sí y no. No es que ronroneen, es que aquí, en Suiza, todas llevan un cencerro más o menos grande que no deja de sonar en toda la noche. Como la carreterita que cruzaba la línea imaginaria entre ambos países estaba cerrada, buscamos un lugar donde cenar y descan­sar. Un camping que era un prado, regentado por una señora ya ciega de mayor, fue el elegido. Nosotros, las vacas y nuestras BMW hacíamos un buen conjunto. Las verdes laderas, los pinos altos, las vallas de madera y campos de cultivo formaban un paisaje nada común para los peninsulares que allí nos reunimos. Montamos las tiendas separadas y nos juntamos en unos esca­lones de la casita con baños y cocina para cenar. Las linternas de nuestras cabezas hicieron la vez de lámpa­ras. Esta vez la conversación fue diferente: a todos les sorprendió el comportamiento de mi pequeña F 700 GS, que seguía el ritmo de las 1200 sin rechistar, curva a curva, recta a recta, cargando con el mismo peso que ellas y gastando siempre menos de cinco litros a los cien kilómetros. Todos me dieron la enhorabuena y com­prendieron el porqué de no querer subir de cilindrada. Para mí, esta moto es perfecta. Y con el tolón tolón y de nuevo las risas por la tienda chalet de Eduard, caímos en el más profundo sueño…

Mucha autopista y casi una multa

Llevábamos varios días de camino y aún estábamos muy lejos de nuestro destino final, hoy iba a tocar rodar rápido por autopista y, aunque a ninguno nos gusta, no quedaba más remedio. Las autovías en Suiza y Alemania son de peaje: hay que compra la “viñeta”, un adhesivo con un chip que te permite entrar y salir en ellas, por unos 30 euros. Nosotros casi sin querer no lo hicimos y cruzamos estos países de manera ilegal. Lo peor vino cuando un flamante BMW con los cristales tintados y unas llantas de aleación nunca vistas se puso delante de Eduard y Simona de mala manera, yo iba detrás de ellos y casi voy hacia la ventani­lla derecha a decir algo al conductor de ese bólido, pero me detuve a tiempo, un cartel luminoso “Polizei” tras el cristal trasero nos dio la alarma. La cebra roja debería detenerse en el arcén. Al final todo quedó en un “enséña­me esos papeles” y pudimos marchar a Garmisch sin más preocupaciones.

¡1,2,3... 30.000!

Más de 30.000 motocicletas, en su inmensa mayoría GS, son las que hasta los Motorrad Days llegaron de toda Europa: España, Italia, Suiza, Alemania, Francia, Austria… del este y del oeste, del norte y del sur. La fiesta de Garmisch es todo un es­pectáculo. Miles de motos a los pies del Zugspitze, la montaña más alta de Alemania, con sus 2.962 m, que hace frontera con Austria. Una gran carpa con música en directo, desfiles de las más variadas BMW (clásicas, café racer, equipadas hasta las trancas…). Mi F 700 GS, gracias a estar también equipada has­ta las trancas con material de Touratech, fue de las que dejaron pasar al interior del recinto para ser expuesta. Llegar hasta algún lado sobre ella era casi imposible, ya que mucha gente se arremolinaba alrededor, hacían fotos, preguntaban… Poco a poco llegué al stand de Touratech, donde saludé a Herbert, uno de los fundadores. Además de él, allí estaban Grant y Susan Johnson, los fundadores de Horizons Unlimited, dos grandes leyendas de los viajes a los que tuve el placer de conocer charlando con ellos un buen rato. Emilio Scotto fue otro de los míticos viajeros que hasta allí se desplazaron, pudiendo charlar con él y presentarle a Jolandie Rust, una sudafricana de Johan­nesburgo que ha sido la primera mujer en rodear su continente en moto, con una F 650 GS Dakar.

Antes de la vuelta a casa

Si los BMW Motorrad Days son un desfile de motos y actividades, de charlas y mucha marcha, qué decir de la estrella de la región: la cerveza... No muy fría y casi turbia, junto con las salchichas y el cerdo a la brasa, es lo que más se disfruta gastronómicamente hablando. El do­mingo casi no había nadie porque se aceleró el regreso al hacer acto de presencia una intensa lluvia, que nos obligó a casi todos a salir antes de lo previsto.

La vuelta iba a ser muy bonita, el reto: cruzar el Stelvio, bajar por la Costa Azul francesa y entrar por los Pirineos en España para llegar a Potes, Cantabria, donde me esperaba un grupo para rodar el fin de semana en una de las rutas que organizo para Ruralka On Road, pero ésa es otra historia.

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