Escapada motera a Somontano, Huesca

La mañana comienza en Huesca. Nos enfundamos casco y guantes, echa­mos un último vistazo al mapa –llámame clásico pero el papel es el papel a la hora de via­jar–, giramos la llave y damos vida al motor de nuestra compañera con ganas de pasar unas horas disfrutando de la conducción. La carretera nos espera para conocer en profundidad esta zona cercana a la capital oscense. ¿Has oído hablar del Somontano? Quizá te suenen sus vinos, sus pintorescos pueblos, o algún retazo de su natural entorno.

Tomamos la carretera N-240 y al poco de rodar entramos en la localidad de Quicena. Allí nos espera el castillo de Montearagón. Aunque no está abierto al público, ya que se encuentra en estado de ruina des­de su abandono en el siglo XIX tras la desamortización y un incendio posterior, merece la pena dete­nerse. Siglos de historia se recortan contra el horizonte en su rotunda silueta. Siguiendo la N-240, nos desviamos camino de la vecina localidad de Ibieca. En las estribaciones de la locali­dad, en un paraje natural aparta­do, encontramos la majestuosa iglesia de San Miguel de Foces, edificio de factura de transición entre el románico y el gótico.

De nuevo sobre la moto con­tinuamos hacia Angüés, donde encontramos el monasterio de Casbas, de origen medieval, que podemos visitar los sábados por la mañana con guía. Desde aquí retomaremos la N-240 hasta el desvío por la HU-341 hacia el Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara. Entramos en un territorio con un majestuoso paisaje de roca y agua, tan salvaje como hermo­so, conformado por profundas y estrechas gargantas cercadas de altos paredones calizos. Los ríos Flumen, Guatizalema, Vero, Mascan y Alcanadre ero­sionan la piedra y crean cañones, acantilados y mallos.

Guara no es sólo cañones y naturaleza, el entorno del río Vero acoge un inmenso patrimonio de pinturas rupestres. Las oquedades abiertas en sus profundos cañones fueron elegidas por los habitantes del Paleolítico para plasmar en sus paredes su genio creador. Este gran santuario rupestre de más de 60 abrigos tuvo un significado mágico para los moradores del Neolítico y la Edad del Bronce. En 1998, este legado cultural universal fue reconocido por la Unesco con su inclusión en la lista de Patrimonio Mundial y forma par­te del Itinerario Europeo Caminos de Arte Rupestre Prehistórico.

Curvear en un fantástico entorno siempre es magnífico, pero esta sensación es más placentera cuando el destino es un sitio como Rodellar, uno de los lugares más bellos de la sierra de Guara. El caserío se recoge al abrigo de las inmensas paredes que lo rodean, destilando el encanto de los lugares apartados. De entre las bien conservadas muestras de arquitectura de la comarca que conforman el núcleo urbano, destaca la voluminosa iglesia parroquial de San Juan Bautista, obra del siglo XVII, que aprovechó parte de la anterior fábrica románica.

Deshacemos ya el serpentean­te camino, en busca de otro de los hitos de la comarca, la villa medieval de Alquézar, que nos catapultará nueve siglos atrás en la historia apenas nuestros neu­máticos comiencen a rodar por sus adoquines. El topónimo árabe al-Qasr (for­taleza) hace clara alusión a su origen militar, ya que fue una de las principales plazas fuertes de la Barbitania, actual Somontano, que protege el acceso a Barbastro de los núcleos de resistencia pire­naicos cristianos. En torno a 1067 es conquistada por Sancho Ramírez, hijo del rey Ramiro I, y se convierte en fortale­za cristiana. A medida que el proceso de la Reconquista avanza hacia Barbastro y Huesca, pierde impor­tancia como fortaleza militar estra­tégica y se convertirá en una insti­tución religiosa y centro comercial de la comarca, conocida como priorato alquezarense.

El pueblo mantiene el trazado sinuoso de sus calles, típicamente musulmán, de callejuelas estre­chas y callejones, mezclado con la disposición típica de los pueblos de montaña más antiguos, que derrama sus casas por la ladera para adaptarse a la topografía. En las casas más antiguas del pueblo, de los siglos XIV y XV, se ve claramente la mano de los constructores mudéjares por el uso de materiales autóctonos, como la piedra, el ladrillo, el adobe o el tapial.

Las viviendas presentan un esquema general: una planta calle de servicios, con cuadras, lagar y bodegas; una planta noble de vivienda y una tercera que funcio­naría como granero. La fachada presenta un gran arco de acceso, de piedra o de ladrillo, y se remata con aleros muy salientes, que pro­tegían de la lluvia. Un elemento muy típico del pue­blo son los pasadizos en alto, gra­cias a los cuales parece ser que se podía pasar por todo el pueblo sin pisar la calle, práctica que se man­tuvo hasta el siglo XVII.

La plaza mayor está rodeada de unos peculiares soportales irregu­lares. El sonido del motor de la moto al arrancar nos devuelve al siglo XXI y salimos del aura onírica de Alquézar para poner rumbo a nuestro siguiente destino del día, la capital de la comarca.

Dos docenas de kilómetros por la A-1232 distan hasta el corazón del Somontano, que bombea vino por las venas de esta ciudad. Barbastro guarda bellos ejem­plos de arquitectura civil y religio­sa que merece la pena conocer paseando por sus calles, como la grandiosa catedral gótico rena­centista, no en vano fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1975.

Desde San Julián y Santa Lucía iniciamos nuestro periplo y visita­mos el Centro de Interpretación del Somontano. Continuamos por la catedral de la Asunción, el monumento más emblemático de la ciudad, cons­truido sobre la antigua mezquita en el siglo XVI. A pocos metros de la catedral se encuentra el palacio episcopal, típico palacio aragonés. La torre en el flanco es una reminiscencia de las residencias rurales fortifi­cadas, un signo de poder del que no pudieron prescindir sus due­ños en las viviendas ciudadanas. Actualmente es la sede del museo diocesano.

El auge del renacimiento bar­bastrense, época de máximo esplendor de la ciudad, salpicó la misma de palacetes como la Casa Zapatillas o el Palacio Argensola, excelentes ejemplos de casas aco­modadas aragonesas del siglo XVI.

Con el paseo hasta el río y el arrabal terminamos una agradable ronda en la que nos empapare­mos de los encantos de esta ilus­tre ciudad. Sólo resta coger la moto para poner rumbo a Huesca para, a unos cinco kilómetros de Barbastro, subir al monte solitario sobre el que se levanta el monas­terio del Pueyo. No te decepcio­nará subir hasta él, sobre todo si el día está despejado, ya que podrás disfrutar de una magnífica panorámica, ideal para terminar la jornada.

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