Britten V1000, el kiwi mágico. Homenaje a la obra cumbre de John Britten

Britten V1000, el kiwi mágico. Homenaje a la obra cumbre de John Britten

Hay motos que marcan un antes y un después. Modelos que dejan una huella indeleble. El kiwi mágico es uno de ellos. La Britten V1000 supuso toda una revolución cuando apareció a principios de los años 90, al poner en práctica una serie de ideas y soluciones realmente sorprendentes para la época e incluso, hoy en día, muy avanzadas.

La Britten V1000 es el sueño hecho realidad de John Kenton Britten, un ingeniero neozelandés que en la última década del siglo pasado fue capaz de dar forma a uno de los iconos del motociclismo de competición. Tanto es así que fue uno de los modelos exhibidos por el Guggenheim en su recordada exposición “The Art of the Motorcycle”.

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De aquella Britten V1000 apenas existen diez ejemplares, diez joyas de valor incalculable, repartidas por medio mundo. Una de ellas se localiza en Wellington, en el Museo de Nueva Zelanda (Te Papa Tongarewa , en maorí) y precisamente, esta unidad ofreció la oportunidad de observar sus intimidades a lo largo del año pasado.

A raíz de la última intervención en la moto para realizar tareas de mantenimiento y limpieza, la dirección del museo aprovechó para brindar la oportunidad de contemplar en toda su belleza los componentes internos de la Britten V1000.

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Las distintivas partes de la carrocería fueron repintadas por el pintor especializado de Britten, Bob Brookland, debido a que los tonos de los colores se habían ido desvaneciendo con el paso del tiempo. Unos tonos, azul y rosa, que simbolizan la obra del malogrado ingeniero neozelandés.

Una oportunidad única de ver en todo su esplendor esta maravilla de la técnica, que no sabemos si volverá a repetirse.

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Lo cierto es que tres décadas después de su nacimiento la Britten V1000 sigue siendo todo un prodigio técnico, a la par que un modelo de belleza dinámica.

Ya en su momento fue capaz de ganar una serie de pruebas y romper varios récords, gracias a su revolucionaria concepción que incluía detalles como el empleo de fibra de carbono en su carenado, además de en las llantas y la horquilla. Por si eso fuera poco exhibía unas elegantes y fluidas formas que conseguían una excelente penetración aerodinámica (eso que hoy en día está tan en boga en MotoGP) y presentaba unas soluciones en materia de suspensiones fuera de lo convencional, una horquilla tipo Hossack/Fior y el amortiguador trasero por delante del motor.

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Precisamente el motor era una creación artesanal del propio Britten, un estrecho bicilíndrico en V a 60º de 999 c.c., refrigerado por agua y alimentado por inyección. Disponía de dos inyectores por cilindro y la ECU era programable. Recuerda que estamos hablando de principios de los 90…

También el bastidor se redujo a su mínima expresión, con una estructura en fibra de carbono, anclada al motor, para sujetar la dirección y otra pieza del mismo material para ejercer de subchasis. Una configuración que recuerda vagamente a la de las actuales Panigale, por ejemplo.

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Además, ese subchasis soportaba un alargado radiador que recibía aire fresco por unos conductos y quedaba justo debajo del asiento del piloto.

En conjunto apenas alcanzaba los 138 kilos, dato que combinado con una potencia de 166 CV a 11.800 rpm daba como resultado una punta de 303 km/h.

Más de treinta años después, el sueño visionario de John Britten sigue vivo y nos lleva a preguntarnos hasta dónde habría sido capaz de llegar si no nos hubiese dejado prematuramente en 1995.

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