No me gustan las carreras con agua. Sufro demasiado. No se si porqué me acuerdo de los huesos que me he roto por culpa de la lluvia, o por la empatía y afecto que siento por muchos de los habitantes de la parrilla.
Viendo la de Mandalika me pasé las veinte vueltas con el culo apretadito en el sofá. Lo paso fatal, y a la vez no puedo dejar de admirar la pericia, la habilidad, la valentía extrema (llámenle locura si quieren) que tienen TODOS los pilotos para competir en esas condiciones. Sobre un asfalto que se deshacía a jirones, lleno de charcos y riachuelos, a 200 por hora, con motos de más de 250 caballos, batallando contra el aquaplaning y frente a todas las leyes de la física más elemental.
Lo de esta gente sobrepasa lo sobrenatural. Definitivamente: son de otra pasta, marcianos, selenitas, super-héroes. Ya me perdonarán, pero: la ostia, vaya.
Después de 20 vueltas, de casi 90 kilómetros a toda mecha (154 km/h de promedio para Oliveira), que de los 23 pilotos participantes sólo uno no haya podido acabar la carrera por caída (Martín, que tiene aún poca experiencia con una MotoGP en lluvia) y otro (Dovizioso) por un problema técnico, es para sacarse el sombrero.
Lo de Oliveira ha sido una exhibición de control, de fino estilismo, de precisión. El portugués ha pilotado en Indonesia con aquella sutileza que se espera de quien está acostumbrado a desenvolverse con el bisturí y el rotaflex entre encías, muelas y caries con la suave precisión de un dentista como él.
Lo de Quartararo fue mucho más que la confirmación de que la Yamaha no va tan mal, de que su hegemonía a lo largo del fin de semana no era casual. Su segundo puesto trabajado, en ese viaje pendular de ida y vuelta a la primera línea de la salida, es la demostración de que un título da alas a quien lo consigue. Su campeonato del año pasado ha sido más que un push, que un overboost, o que una dosis extra de vitaminas para la moral. No iba bien en agua hasta llegar aquí y, visto lo visto, Neptuno es un aprendiz a su lado.
Y lo de Zarco, o lo de Miller, es la prueba empírica de que sabe más el diablo por viejo que por diablo… y más cuando toca correr en un infierno como el de este fin de semana; y de que las Ducati van de coña en agua.
La segunda cita ha servido también para corroborar que las Suzuki (históricamente siempre ha sido así) van muy bien en agua. Para certificar que Aleix Espargaró se crece en las adversidades, y para exigir que nadie más -yo el primero- vuelva a reírse cuando escucha el nombre de Darryn Binder, de momento el rookie del año pese a su bisoñez con motos gordas.
Solo nos faltó ver qué hubiera podido hacer Marc Márquez en carrera si no se lo hubiera impedido esa preocupante caída en el warm-up. Escribo esto cuando el de Cervera aún no ha abandonado el circuito, y con la duda de si es aconsejable que su cabeza se someta a la presión en cabina de un vuelo tan largo como el que le espera en su regreso a casa tras un traumatismo como el que ha sufrido.
En Indonesia quieren convertir la isla de Lombok en “la nueva Bali”, en un paradisíaco destino turístico para solaz y recreo de surfistas. De momento, la tarjeta de presentación no ha brillado con el esplendor que necesitaba. Llovió en la carrera de Superbikes del año pasado, y lo ha vuelto a hacer en esta de MotoGP.
Los test de pretemporada no dejaron buenas sensaciones a nadie, y ahora tocaría revisar con tiempo, sin prisas, el re-acondicinamiento de un asfalto que se erizó como suele pasar cuando es demasiado nuevo.
Mandalika necesita más tiempo, más rodaje, que mejoren su capacidad de drenaje y que progrese su adherencia a medida que se vayan disputando carreras en este escenario.
La labor de la buena señora que desplegó todo el potencial del ritual que hizo con un cuenco de cobre para ahuyentar la lluvia funcionó. Pero el futuro de esta carrera y, sobre todo, la seguridad de los pilotos, no debería quedar en manos de la capacidad espiritual de un chamán.
La heroina del GP! pic.twitter.com/bq2A9QMhO5
— Josep Lluís MERLOS (@JLlMerlos) March 20, 2022
Indonesia merece un GP, claro que sí. Por su afición, por el entusiasmo de todo un país que se ha volcado con la carrera, por la dimensión de su mercado de vehículos de dos ruedas, por la pasión de su presidente, a quien Carmelo Ezpeleta no quiso defraudar llevando adelante la carrera contra viento y, sobre todo, marea.
Afortunadamente se verificó el viejo adagio de que “bien está lo que bien acaba”. Pero otra vez tal vez las cosas no salgan tan bien, y habrá que seguir trabajando en ello con el mismo empeño de siempre.