Cuando era un adolescente ir “de compras” al centro de la ciudad era toda una excusa para pasar una tarde entre amigos. Y es que ir a comprar el último LP de tu grupo favorito era todo un ritual. Entrar en la tienda de discos, ver todo aquel montón de vinilos, ver y tocar los discos, regodearse mirando las carátulas de cada single o LP, era algo especial. Al final te comprabas un LP solo porque la portada era “guapa”. También experimentaba una sensación análoga cuando en la librería de turno me pasaba toda una tarde hojeando libros de ciencia y tecnología, de aviación, tocándolos, mirando las fotos, releyendo el contenido… Ahora, muchas de esas librerías han echado el cierre, porque no vendían… Ahora los venden por Internet, físicamente o bien por descarga de ficheros PDF. Con el mundo de la moto me pasaba lo mismo: aún recuerdo subir a Andorra para perderme en todas y cada una de las famosas tiendas andorranas de equipamiento motorista, alucinando con los cascos, monos de cuero, chaquetas, guantes… Los tocaba, me los probaba, notaba su calidad y vibraba con sus diseños. Toda la tienda estaba impregnada de olor a cuero, a casco nuevo… Era como estar en el Valhalla motero. ¡Y lo sentía! Ahora todo es diferente, sintético, inmediato, falto de toda emotividad y… aburrido. ¿Quieres comprarte un libro?: entras en Internet buscas un título, haces click, pagas con la tarjeta y ya está. 20 segundos. Te lo descargas en PDF y lo lees de inmediato en un libro electrónico. Y para comprarte una canción, pues entras en el iTunes, haces click, y por 1,29 euros te descargas tu canción favorita en segundos y al instante ya la estás escuchando en tu iPod o en tu móvil. Y la única emoción que experimentas es cuando ganas una puja en Ebay…
Algo que te llenaba una tarde, ahora te representa solo unos minutos de tu tiempo… Y te pierdes lo mejor: interactuar con el mundo real. Sí, la venta online es una pasada, un gran paso adelante, nuestro futuro, sin duda, pero me da la impresión de perderme algo… ¿Dónde está la magia?