Descubrimos Gales en una Africa Twin... ¡con John McGuinness!

Cymru, que es como se escribe en gaélico el nom­bre de Gales, es un pequeño país al sur de Esco­cia y al oeste de Inglaterra. Muchos de vosotros lo sabréis, por supuesto, pero resulta que es el gran desconocido de los países que integran el Reino Unido. De los 65 millones de habitantes de UK, Gales tiene poco más de tres, con ciudades muy poco densas (en Cardiff, su ca­pital, viven unas trescientas mil personas). Este verano nos ofreció la posibilidad de vivir tres jornadas de moto inolvida­bles, la primera de ellas por el campo y dos atravesando el país de sur a norte.

Tras aterrizar en el aeropuerto de Bristol e ir hacia el hotel, situado en Caerphilly –cerca de Cardiff, la capital galesa–, en el centro de un verde campo de golf, vemos que no hay aspersores para regar el césped. La tarde es soleada, pero eso nos hace pensar que difícilmente pasaremos tres días montando en moto en seco…

Cuando llega la hora de la cena, el grupo de españoles invitados nos unimos a los italianos y a los responsables de Honda. Enseguida nos cuentan en qué consiste el pro­grama para cada uno de los tres siguientes días, mientras caemos en la cuenta de que en la mesa había quedado una plaza libre en la que una camarera había dejado una pinta de cerveza negra. Nos presentan a un invitado sorpresa: el mítico John McGuinness, quien entra en la sala, saluda y se adueña de la jarra. Genio y figura.

La mañana siguiente ha amanecido soleada, con veintipocos grados Celsius. Ideal para lo que vamos a hacer: despla­zarnos hasta el Honda Adventure Centre y disfrutar de una intensa jornada off-road con las Africa Twin.

Dave Thorpe, campeón del mundo de motocross en la categoría de 500 c.c. en los años 1985, 1986 y 1989, dirige esta escuela en la que se enseñan técnicas de conducción off-road para todos los niveles y necesidades. Lo hace con  método, con un estilo sosegado (importante para mantener sin tensión a quien tiene que probar según qué cosas), y en un entorno extraordinario, puesto que cuenta con recinto boscoso privado con un montón de kilómetros de pistas, senderos y explanadas donde probar todo lo que se tercie sin riesgo de molestar a nadie.

No vamos a extendernos en detallar todos los niveles, tipos de motos y programas que ofrece la escuela de Dave, pero os invitamos a consultar en www.hondaadventurecentre.com todas las opciones, que son muchas. A título orientativo, os diremos que un curso de dos días completos en los que aprendes una barbaridad, y no tienes que poner ni moto, ni gasolina ni equipamiento, cuesta 499 libras esterlinas, menos de 600 euros. Y tanto lo que aprendes como lo que te diviertes es, simple y llana­mente, digno de costar muchísimo más.

Tras unos cuantos consejos sobre posición, reparto de pesos e incluso cómo levantar la moto si nos caemos sobre terreno irregular, empieza la acción. Lo primero son unos aparentemente sencillos ejercicios con conos, para pasar a realizarlos cada vez a mayor ritmo hasta forzar peque­ños errores. De ahí a diversas pruebas de aceleración con todos los niveles de control de tracción –hasta suprimirlo–, realizadas con cambio manual primero y con DCT después. Tras todo ello, el mismo Dave y Pat Jackson, los expertos instructores, consiguen discernir los niveles de los asisten­tes y repartirlos en grupos más o menos homogéneos.

Y a partir de ahí, te pasas todo el día bajo la atenta mirada de uno de ellos, realizando maniobras que van incrementando progresivamente la dificultad y la velocidad, hasta que te encuentras por la tarde realizando recorridos en los que toca descender largas rampas de barro con una moto de 230 kg, girar dando gas, subiendo y bajando roderas, o atravesando un enorme barrizal que ellos denominaban “the Amazonas”, imaginad el porqué.

Como siempre en el campo, la instruc­ción principal para sobrevivir al lodazal era mirar lejos, al sitio a donde quieres llegar, y no soltar el gas pase lo que pase. Los Karoo 3 que llevaban las CRF1000L resultaban impres­cindibles en este medio, pero nos queda claro que, con o sin tacos, pocas trail podrán defenderse como esta Honda en el campo.

En alguna que otra subida nos pasaba McGuinness, pese a que él mismo afirma no tener ningún nivel en el campo, como si fuésemos marcha atrás, y saltando sobre todas las piedras y raíces que se encontraba por el camino. Por cierto, nos confesó que prefería en este medio la versión DCT. Es verdad que lo pone todo extraordinariamente fácil gracias a poder cambiar sin mover los pies de los estribos, a su consistente entrega de par, a su control de tracción y a su modo G. Salvo a la hora de levantar el tren delantero frente a algunos obstáculos, no echamos de menos para nada la versión manual.

He acabado la jornada sin caerme ni una sola vez, algo que dice mucho a favor de la moto… Y eso que condensamos en un glorioso día casi todo el programa que se suele hacer en dos, así que, como imaginaréis, acabamos tan cansados como satisfechos. Y, sobre todo, sonrientes. Pat y Dave nos han enseñado que podemos confiar a ciegas en la Africa Twin en el barro galés.

La primera de las dos jornadas previstas sobre asfalto ama­neció como se preveía la noche anterior: lluvia fina, pero casi constante. El “casi” era de esos “casi” que te hace dudar sobre si ponerte o no un traje de agua encima de la Cordura. O sea que si no te lo pones, acabarás calado, y si lo haces, empapado en sudor. Preferimos la segunda opción, que hay muchos kilómetros por delante, 270 el primer día y 200 más el segundo.

John sigue en mi grupo, y puedo decir que verle rodar por carreteras empapadas es todo un lujo. A ritmo de mortales debe ir contando ovejas en su cerebro, pero desde luego lo hace siempre con una sonrisa en la cara. ¿He dicho ovejas? Pues bien, en Gales hay 12 millones de ellas cen­sadas, cuatro por cada habitante. Y están por todas partes, ellas mandan y disponen. Eso, el agua, y tener que recordar en los cruces que estás conduciendo siempre por el lado contrario al nuestro, hacen que no puedas bajar la guardia en ningún momento.

El asfalto, sea mejor o peor, más o menos liso, siempre drena bien, así que rápidamente tomas confianza con los asfálticos Dunlop que montan nuestras Africa en estas jornadas. El control de tracción hace acto de presencia pocas veces, pese a que llevamos un guía que parece olvidar continuamente que no rodamos en seco. ¿Sa­bes aquello de “si él pasa, es que puedo pasar”?, pues eso.

Todo Gales es una sucesión de cuevas enlazadas con ángu­los cerrados, un verdadero placer perderse por cualesquiera de sus carreteras. Pero tenemos una ruta clara: vamos hacia Elan Valley, la región de los lagos de Gales. Una zona bellísima plagada de antiguas presas construidas en piedra, nada que ver con las enormes paredes de cementos de las presas modernas. Allí hacemos un alto para tomar café en el que John bromea, de la forma más natural y menos forzada que imagines, con todos y cada uno de nosotros. Se le trata como a uno más del grupo, y así se ha integrado, disfrutan­do de la ruta y siempre sonriente. Un tipo genial, francamen­te. He conocido a muchísimos pilotos a lo largo de mi vida, y con pocos tienes la sensación de proximidad absoluta que te transmite McGuinness.

Seguimos hacia el impresionante Parque Nacional de Snow­donia, punto en que la vegetación llega a ser increíblemente densa. Los árboles altos hacen que no veas el cielo a lo largo de muchos kilómetros. Ascendemos al monte Snowdon, de 1.085 metros de altitud, por su serpenteante carretera, una especie de Cruz Verde o Montseny, para entendernos, punto de reunión de los moteros de la isla. Otro café, un sandwich y, tras unas cuantas fotos disfrutamos de la bajada hasta el nivel del mar.

Foto en los carteles de Lanfairpwllgwyngyllgo­gerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch. Sí, esa población se llama así, no me he dormido sobre el teclado... (los galeses abrevian diciendo “Lanfair”). Llegamos finalmente a Bethes­da, en el norte. Dormimos en un complejo de bungalows y comenzamos a la mañana siguiente muy pronto, porque hay una sorpresa en la ruta: partimos hacia una mina de pizarra a cielo abierto donde nos espera una espeluznante tirolina que nos llevará a volar sobre el enorme agujero.

Alcanzamos colgados a 400 metros de altitud los 165 km/h a lo largo de más de 1.600 metros de cable de acero. Seguimos en ruta disfrutando de verdes valles por el interior del país, hasta que las carreteras se tornan pesadas y repletas de coches. ¿Qué ha pasado? Pues que hemos dejado atrás Gales para entrar en Inglaterra, camino de Birmingham, donde tendre­mos que coger el avión de vuelta. Eso sí, junto al aeropuerto está el Museo Nacional de la Moto, un lugar increíble al que pudimos realizar una muy fugaz visita. Pero que merece ser contada como historia aparte en otra ocasión..

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