De Valdez a Valdés, en pos de un sueño

Desde que desperté de ese sueño, tuve otro, que se convirtió en una obsesión. Visitar en mi motocicleta el otro Valdés de América: península Valdés, en la Patagonia argentina. Llamado así por el navegante Alejandro Malaspina en honor a un ministro del último rey que se preocupó por la exploración española.

He llegado a la península Valdés, como llegué a Valdez en Alaska y en ambos casos me he dado cuenta de que los sueños son los pequeños eslabones de los que se nutre la vida. Cada uno te lleva al siguiente. No sé si quedan más Valdés en el mundo, pero sé que nunca dejaré de soñar con llegar a ellos.

Buenos Aires, 20 años no son nada cuando se tienen 20 años

La vida es eso que sucede mientras planeas otras cosas y lo peor es que pasa a toda velocidad. Por eso aún creo tener 20 años cuando han pasado más de 20 años desde que tenía 20 años. Y de mis 20 años de hace 20 años conservo muchas cosas importantes. Conservo el amor por las motos, por los tangos y por una ciudad que nunca había pisado, hasta que han pasado más de 20 años desde que tuve 20 años: Buenos Aires.

A los 20 tuve mi primera moto: una Yamaha XT 350 con la que aprendí a vivir, a viajar y a conocer el sabor del dulce alimento de la libertad. El amor por los tangos lo recibí de una novia que tuve con 20 años llamada Victoria, quien me enseñó a disfrutar de unas melodías canallas y unas letras descarnadas. “Sola, fané y descangallada la vi una madrugada salir de un cabaret. Triste venganza la del tiempo que te hace ver deshecho lo que uno amó”.

En Buenos Aires no me siento un extranjero. Podría decir que me resulta familiar porque es clavada a Madrid pero con otra simetría y quizá más monumentos. O que de tanto leer a Borges y escuchar tangos, uno reconoce como propia su geografía de nombres propios. Pero la realidad es que en los sitios a los que llego en moto nunca me siento extraño; son míos por derecho propio, por haberlos alcanzado lentamente, kilómetro a kilómetro. A donde uno llega rodando, ése es siempre su barrio. Yo, Miquel Silvestre, porteño, fan del Boca y de Palermo.

La misión, si lo cuenta De Niro mola; si un español, es facha

“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Así decía el verso de Antonio Machado. Yo fui niño en un tiempo en que esa sentencia parecía superada, eso que vino en llamarse la Bendita Transición.

Pero fue un espejismo, la supuesta reconciliación de las dos Españas era solo un cortinón teatral de terciopelo barato para encubrir una nueva estafa al españolito de a pie, a ese al que los Austrias enviaron a morir a guerras de religión, los Borbones a guerras de sucesión, los Cánovas y Sagastas a guerras coloniales y republicanos y nacionales a guerras políticas. Españolitos de a pie, sacrificados por todo el planeta con la excusa de la gloria, la evangelización, el honor, la lucha contra el fascismo o el comunismo. Españolitos de a pie a los que ni un gramo de plata de Potosí benefició, pues el tesoro de América se gastó en la banca genovesa para pagar esas guerras incesantes que trituraron la mejor sangre de Castilla. Y al final, la Bendita Transición nos trajo una casta política de uno y otro signo que le dijo al españolito de a pie: tu sacrificio de siglos fue inútil. ¿No lo sabías? Pues aquí tienes la nueva verdad: la Leyenda Negra es cierta y tus antepasados, unos asesinos crueles y avariciosos. Avergüénzate de ellos.

Y entonces apareció una película de Hollywood contando una historia en la América española: La Misión. Y resulta que si mirabas detrás de Robert de Niro y Jeremy Irons, te enterabas de que los precedentes modernos de los derechos humanos están en las leyes de Burgos promulgadas en 1512, que reconocían al indio su libertad y el derecho de propiedad. Eso sí, reservando al rey el derecho a evangelizarlo, por su bien. Pero también es cierto que en esto de los deberes religiosos, no éramos diferentes a las demás naciones de la época.

Verdad que se dieron toda clase de abusos, puesto que el hombre es egoísta, y en eso somos iguales los hombres de todas las épocas, pero también se dieron actos de enorme generosidad, como el que cuenta la película. Mientras que en el territorio español regían las leyes de Indias, que reconocían al indígena como hombre libre, en el portugués los indios podían ser capturados como esclavos. Cuando España cedió a Portugal parte de la Banda Oriental del río Uruguay, las misiones jesuíticas en esa zona, donde vivían miles de guaraníes, se enfrentaron militarmente a los bandeirantes portugueses para defender a los indios.

La historia era de por sí conmovedora sin que necesitáramos la música de Ennio Morricone. Podría haberse enseñado en las escuelas de España, pero tuvo que venir Robert de Niro para que el españolito fuera al cine a aprender algo de su propia historia que tal vez le deshelara un poquito el corazón.

El chaco o la atracción de los mapas en blanco

Los mapas son cartas de amor. De amores por experimentar cuando no has estado en esa geografía, de amores inolvidables cuando los has recorrido. Cuando examino un mapa de un país nuevo, los nombres, ríos, montañas y ciudades me suenan a promesas por cumplir, no los conozco pero me atraen; cuando los abandono, ya nunca puedo olvidarlos, esos nombres antes desconocidos forman parte de mi propia geografía emocional. Los lugares vividos son algo más que puntos cartográficos. El Chaco paraguayo era un hueco en un mapa. Cuando me presenté en Asunción y examiné la cartografía sudamericana me di cuenta de que lo que había al oeste era una incógnita y que el mapa ofrecía escasísima información. Busqué en Internet y casi no encontré blogs de viajes sobre el recorrido por la Transchaco. Muy poca gente lo había hecho y nadie que escribiera en español lo había hecho en moto. Los paraguayos que conocí me desaconsejaron la idea de cruzar su propio país.

Ahí estaba la promesa. Cruzar el Chaco era otra vez un reto emocionante y una ruta por descubrir. La geografía en el mapa se convertía de nuevo en carta de amor por experimentar. Lo hice y lo documenté en tres vídeos para RTVE que cubren la distancia entre Asunción y Bolivia por la Transchaco. Ahora ya puedo decir que esa geografía forma parte de mis recuerdos emocionales y que los mapas del Paraguay más recóndito, salvaje y menos visitados son ya y para siempre una carta de amor inolvidable.

Bolivia, donde mueren los rebeldes

Bolivia es un país que tengo idealizado desde que viera aquella famosa película de los actores Paul Newman y Robert Redford: Dos hombres y un destino. Cuenta la historia de Butch Cassidy y Sundance Kid, dos asaltantes de bancos perseguidos en Estados Unidos que iniciaron una huida hacia Sudamérica. Finalmente los mataron en Bolivia, en una encerrona policial en 1911. La película, mundialmente famosa y ganadora de muchos Oscar, se incrustó en mi imaginación infantil y durante años he fantaseado con emularles en su peregrinar a caballo por Sudamérica.

La moto sustituye al equino, pero la filosofía es la misma: viajar a cuerpo, con lo poco que uno puede cargar, haciendo de la agilidad norma de vida y de la modestia una virtud.

Bolivia se mostraba en el film como un país pobre y bello, difícil de recorrer, de abrupta geografía y enormes contrastes, donde los pistoleros encontraron un final terrible y épico. Tan terrible como lo encontró en Bolivia otro rebelde: Ernesto Guevara, el Che, también convertido en icono del siglo XX y objeto comercial. El Che intentó en estas serranías andinas el milagro revolucionario de la Sierra Maestra, pero Bolivia no era Cuba ni los Andes el Caribe, y tras pasar penalidades sin cuento en un territorio desconocido y sin apoyo, fue capturado y ajusticiado en 1967.

Todas estas referencias me acompañan en mis primeros pasos por Bolivia, una nación que según pasan los días me sorprende más porque se escapa de los tópicos continuamente, como los que hablan de la corrupción policial, la antipatía de la gente con el extranjero, o la falta de combustible. Al contrario, yo encuentro amabilidad, gente hospitalaria y gasolina a un precio inferior al europeo.

Lo que sí que no es un tópico es su grandiosa y diversa belleza, ni tampoco el atroz y lastimoso estado de su red viaria, surtida de precipicios, barrancos, barrizales y camiones. Este desastre circulatorio a punto ha estado en numerosas ocasiones de convertirme en otra rebelde víctima mortal del viajeboliviano, como les pasó a El Che, Sundance Kid y Butch Cassidy, cuyos fantasmas no dejan de acompañarme, al igual que los peligros de la ruta.

Los finales épicos en el Altiplano andino tienen mucha prosopopeya, qué duda cabe, pero me alegro infinito de no tener todavía uno de ésos.

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