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Cómo organizar un viaje en moto por EEUU para una familia

«Siempre he querido ir a Nueva York”, me dice el chi­co, de catorce años. “Me gustaría mucho conocer Estados Unidos. Yo estoy deseando visitar la Gran Manzana y Boston y la ciudad de Salem, donde las brujas”, me cuenta la madre del chico. “A mí lo que me gustaría es rodar en moto por los parques natura­les de Estados Unidos, son las pocas carreteras que tienen curvas en ese país; de lo de ir de compras, ¡paso!”, exclama mi amigo.

He aquí una feliz familia que parece que no se va a poner de acuerdo en cuanto a sus vacaciones. Bueno, en algo sí: todos ellos quieren ir al gigantesco país americano.

Un, dos, tres y… ¡Ya tengo la solución! Un viaje para tres (o cuatro) en moto por el estado de Nueva York. Y para finalizar, unos días en Manhattan.

¡A organizarlo!
 

Me pongo manos a la obra; organizar un viaje para tres o cuatro personas por el mundo occidental no suele ser algo especialmente complicado, aunque tenemos un presupuesto limitado: un máximo de 2.000 euros por persona para las dos semanas que estaremos. Para ahorrar cuento con varios trucos; uno de ellos es alquilar un apartamento Manhattan, cuesta menos que un hotel (lo localizamos a través de www.hundredrooms.com). Podremos desayunar o cenar en él, y como allí las raciones de los restaurantes son siempre enor­mes y te guardan lo que resta, tendremos en casa comida de sobra.

Una vez solventado el tema del alojamiento principal, ya que los hoteles donde durmamos durante la ruta los iremos eligiendo según donde lleguemos, queda lo más divertido: elegir moto.

Cuestiones a plantearse de entrada: desde España. ¿Qué posibilidades tengo de alquilar una moto que esté en buenas condiciones? Además, quiero entender bien el siempre peliagudo tema de los seguros, si me cobran kilómetros extra en caso de superar lo estipulado como estándar, y encontrar el modelo que mejor se adapte a mí. Lo que además nece­sito es que hablen español, ponerme ahora a traducir toda la información me da mucha pereza.

Hablando con la pareja de amigos, él tiene claro que quiere una Harley, ya que no concibe otra manera de recorrer este país que no sea en esta mítica moto. Pero ella no lo tiene tan claro, le da miedo el tráfico y también tener que llevar a su hijo y poder caerse ambos… Finalmente la solución nos la dan, en nuestro idioma, desde RentalMotorBike.com. Una web española que trabaja con las mejores tiendas de alquiler por todo el mundo.

El resultado final es divertido: tenemos una Harley-Davidson Electra Glide..y un híbrido entre moto y coche: un Can Am Spyder. Ella se siente mucho más segura en algo que no pueda caer de lado y, además, se puede conducir con el carnet de coche. Así pues iremos los cua­tro con el viento en la cara. Para no perdernos me llevo mi TomTom Rider, que tiene mapas de todo el mundo, pero si no lo tuvieras, aquí también se puede alquilar, al igual que los cascos. Las motos vienen con maletas para poder viajar más cómodos.

Hacia Niágara Falls
 

Recogemos temprano las motos en Nueva Jersey, ya que nuestro itinerario inicial –viajar hacia el norte– ha cam­biado por culpa de unas tormentas que acechan la costa este. Pero lo bueno de viajar en moto, es eso, que puedes cambiar la ruta tranquilamente sabiendo que siempre vas a disfrutar del camino. Nos dan unas nociones sobre la ruta a seguir y salimos finalmente de un gigantesco centro de alquiler y venta de motocicletas rumbo a las cataratas del Niágara.

Evitamos todas las autopistas, siempre aburridísimas y con mucho tráfico, para buscar las carreteras más pequeñas. El paso entre los pueblos nos encanta y el chico empieza a flipar con lo que ve. “Papá, ¿porqué hay tanto cementerio en EE.UU.?”, pregunta al bajar del sillón de la Electra. “Estados Unidos siempre está metido en todas las guerras del mundo y muchos de ellos regresan en cajas”, responde tétricamente el padre.

Seguimos camino alucinando con el bajo precio de la gaso­lina y la amabilidad de cada persona que nos cruzamos. De­cidimos parar a eso de las 17 h, buscar un hotel de carretera e ir a cenar a un lugar típico y que siempre está entre todas las hamburgueserías del extrarradio: el Applebee’s.

A la mañana siguiente salimos hacia Búfalo y ,desde allí, alucinando entre sus calles por el original estilo Gotham de su decadente industria, pasamos a Niágara. Y digo pasamos porque decidimos cruzar la frontera con Canadá y visitar desde allí la caída de agua, mucho más bonita desde ese lado.

Después de contemplada desde arriba y desde abajo, sacamos la moto del parking del restaurante donde toma­mos algo y visitamos Niágara On the Bay, un pintoresco pueblo (totalmente recomendable) al borde del lago. Un lugar con historia, ya que fue el primero en independizarse de los ingleses y refugio de todos los seguidores del Capitán Washington en esa época. Regresamos al anochecer para volver a dormir en un motel de carretera y salir temprano al día siguiente hacia Boston.

Parques nacionales
 

La mayoría de nuestro camino hacia Boston transcurrirá atra­vesando dos grandes parques naturales. No hay excesivo tráfico y el asfalto está perfectamente cuidado. En algunos hay que pagar la entrada, pero en estos del estado de Vermont no hace falta. Lo que hay que tener en cuenta es la escasez de alojamiento en ruta, son zonas poco pobladas y puedes encontrarte sin moteles en la carretera, aunque siempre habrá cerca una ciudad llena de lugares donde pasar la noche descansando.

Esta zona está llena de lagos interminables, las carreteras están marcadas con carteles que indican que son rutas boni­tas, algo que se agradece, así no hay quien se pierda nada. Padre e hijo disfrutan de la Harley mientras que a mi amiga, a quien llevo en el Spyder, comienza a picarle el gusanillo… “¿Puedo conducir el cacharro este?”, me pregunta en una de las paradas que hacemos para disfrutar de un lago lleno de veleros en plena navegación. “Claro, para eso tenemos el Spyder”, para que cualquiera pueda disfrutar de las curvas sin necesidad de saber conducir una moto.

Cuando queda menos de una hora para que caiga el sol, de­cidimos parar, ahora toca buscar alojamiento. Encontramos uno con un cartel que nos gusta en el que reza: “Bienvenidos, motoristas», está claro que la cultura de las motos en este país es diferente a la nuestra.

He bajado por la Ruta 8 hasta empalmar con la Ruta 2, que lleva directamente a Boston. Es una preciosa carretera con paisajes de montaña y pequeñas poblaciones que parecen sacadas de una película. Recorremos otro de los parques nacionales de Vermont, uno de los estados menos poblados y con más naturaleza del norte de Estados Unidos. Hoy por la tarde, después de dejar las motos en el hotel, nos vamos a dar un paseo a pie.

Los caminos para trekking están perfecta­mente señalizados, ya que en invierno se utilizan como pistas de esquí de fondo. Los carteles en la carretera avisando del cruce de motos de nieve nos permiten hacernos una idea de cómo se mueven aquí en invierno.

Las brujas de Salem
 

No podíamos llegar a Boston sin antes visitar la ciudad que se hizo famosa por sus brujas. Salem es una pequeña aldea a la orilla del mar, aunque la realidad es que ha crecido y ya no es tan pequeña, pero el centro histórico se conserva perfec­tamente. La moto hay que dejarla en un gran parking al lado del pueblo antiguo, y el recorrido lo hacemos a pie. El puerto antiguo aún tienen alguno de los almacenes que hace más de doscientos años hicieron famosa a esta ciudad, desde donde se traficaba con las mercancías traídas de las Indias o donde se quemaron un montón de mujeres acusadas de brujería.

La ciudad da para un buen paseo, visitar sus cervecerías es un placer y, si te animas, puedes hasta conocer el museo de las brujas o comprar mil recuerdos de esta parte del mundo.

Ya en Boston y de nuevo en un hotel con las motos a buen recaudo, salimos a cenar en alguno de sus restaurantes con música en directo: el jazz inunda en estos días la ciudad. Y por la mañana un paseo en moto hasta el puerto donde comer lo más típico de esta ciudad: el roll de langosta; una especie de pan de perrito relleno de langosta desmigada y untada en alguna de las mil salsas que usan los americanos. Las patatas fritas nun­ca faltan en los platos de esta parte de de América del Norte.

Los Hampton
 

Amanece con un perfecto cielo azul. Unas pequeñas y blancas nubes nos permiten ver por dónde sopla el viento. Es un día muy divertido, ya que vamos a llegar a NY tomando un ferry y paseando por uno de los lugares con más glamour de la costa: los Hampton, término que se refiere a viviendas apartadas. Llegamos hasta Nueva Londres costeando, los pueblos de esta zona tienen nombres históricos, muchos conocidos por las pelis de la Independencia americana.

Aquí, entre manglares, bosques y caminos llenos de barro, se llevaron a cabo luchas, espionaje y mucho contrabando. Tomamos el ferry que sale hacia Long Island cada hora. Hay otro en el que pasas la noche que te lleva hasta Montauk, una localidad verde con un faro que da nombre a uno de los modelos más típicos y clásicos de Harley-Davidson. Rodar por esta isla es una delicia, el mar a un lado y montones de casas impresionantes al otro.

El césped perfectamente cortado, las banderas, los coches de alta gama en la puerta… nos gustaría ser millonarios por un momento y vivir en estas mansiones con vistas privilegiadas al mar. Hay mucho ambiente y en el camino nos cruzamos con más moteros que saludan estiran­do el brazo o dejándonos ciegos con sus ráfagas.

La Gran Manzana
 

Llegar a Manhattan no ha sido fácil. Hemos tenido que circular por una autopista de más de cuatro carriles atestada de coches gigantescos y aún más gigantescos camiones. Pero lo que sin duda ha sido impresionante es cruzar el puente de Brooklin, visitar el mirador de Man­hattan, bajo este puente, y dar una vuelta por el centro de la península. Rodar por Manhattan no es complicado, el tráfico rodado está limitado y, exceptuando las horas punta, no hay mucho coche. Lo complicado es detenerse a hacer fotos: en Manhattan solo puedes aparcar tu moto en un parking, nada de dejarla sobre la acera, eso es multa segura.

Vienen a recoger nuestras monturas al aeropuerto, des­pués de cinco días de pateo por Nueva York, ya tenemos ganas de volver a casa. Nos esperan unos meses de duro trabajo para poder volver a viajar, pero merece la pena. Mi familia está muy contenta, han hecho un viaje a gusto de los tres, en moto. Han vivido una experiencia nueva a lo largo de 2.500 km, gastando poco dinero y disfrutando de lo que más nos gusta: el viento en la cara y el equili­brio en el cuerpo.

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