4 Hombres y un destino (Lo que piensan y no dicen). Primer acto

4 Hombres y un destino (Lo que piensan y no dicen). Primer acto

1. Acto primero: el teatro

Atentos, niños y niñas, amigos y amigas, señores, señoras, ancianos, listos, ingenuos, artistas, obreros y gente de buena fe… vayan pasando, tomen asiento.

“Pipas, globos, caramelos… camisetaaaaaas, las tengo de todos colores”.

“¡Una de Jorge para mi niño!”.

“¡Oiga, oiga! Tres de Pedrosa, dos para niño y una de adulto”.

“A mí déme diez de Marc Márquez, talla de niña, somos de su club de fans.”

“Tengo de Rossi”, dice el que vende mientras recoge el cambio de una bolsa de pipas y tres camisetas de Jorge Lorenzo.

“¡Tengo de Rossi!”, repite atendiendo a la marabunta de chicos y chicas que rodean al que vende las pipas y los caramelos. ¡Cuánta alegría, válgame el cielo!”.

“¡Tengo de Rossi!”, sigue voceando.

Gritos confusos.

“Cinco de Lorenzo, a mí, tres de Pedrosa”.

 

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Y un montón de niñas muy desesperadas: “Veinte del niño bonito, veinte de Marc por favor”.

Las luces se apagan, el público calla, cien mil almas ocupan su asiento, sin más dilación.

Apenas se oye un último aviso… “¡Tengo de Rossi!”.

No dio tiempo a más.

Se abrió el telón y se iluminó el escenario.

“¡Silencio, silencio!”... ya ni respirar se oía.

En el escenario, muy bien presentado un fondo de paddock, un pit lane bien puesto y la larga recta de un circuito soñado.

Cuatro personajes.

Jorge Lorenzo, erguido, muy tieso, de azul y de blanco.

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Ciertamente impone el campeón del mundo del último año.

A su lado, Rossi, como distraído, sin fijarse en nada y atendiendo a todo, levanta una mano y sin disimulo saluda a las niñas del patio de butacas que está más cercano.

Ése es Valentino.

Al lado de Jorge, no tan erguido, se gira de golpe y sin disimulo sonríe a una niña que le lanza unas flores.

Rossi, ni a los 33 dejará de ser como siempre fue… ¡divertido!

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Se mueve la cámara.

El operador gira a la izquierda y enfoca a Pedrosa.

Serio, estático, distante.

Nadie diría que su personaje no es una figura del museo de cera. ¡Qué bien parecida!

¿Está enfadado el chiquillo?

¡A mí se me antoja que sí!

Se le ven en los ojos un cierto resabio de ira y de rabia muy mal contenida.

Se le ve en los ojos, que apenas se mueven y no pestañea, un mensaje claro que no tiene destino, ni destinatario.

Se le ve en los ojos que hay un grito ahogado que es para sí mismo, pero si te fijas y pones oído podrás entender que Dani Pedrosa deja en su mirada un signo inequívoco que dice, sin más: “¡Basta ya!”.

Todo el teatro le mira, cien mil pupilas se encienden y cien mil corazones se abren buscando entender tanto sufrimiento, tan mal contenido en el niño aquel que el destino quiso que por estatura siempre fue y será… un chiquillo.

El operador, muy pausadamente, gira lentamente el plano de cámara y llena el encuadre de una amplia sonrisa.

La de un niño grande.

“¡Oh!”, se escapa del patio de butacas.

El cuarto en discordia.

El nuevo en la plaza, es el niño Márquez, aquel del que dicen que vino de Marte.

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La cámara juega con sus movimientos, saluda, se para, sonríe y exclama.

“¡A todos os quiero!”, explota el teatro y le aclama la gente.

Allí en la platea un grupo de niñas, no lo sé seguro, pero me parecen 100 o quizás 200, se vuelven tarumbas y de repente: “¡Asistencia, asistencia! Se desmayó Manolita, y la Pepi… y también la Juanita!”.

El teatro hierve se suceden los gritos, las desarmonías, los desmayos. ¡Cuántas letanías!

“Marc, Marc!”, gritan las mujeres, no sólo las niñas, y sus ojos saltan y echan chiribitas.

Y el niño llegado Dios sabe de dónde se mea de risa al saberse el centro de tanto entusiasmo, tanta algarabía.

De repente, se calla el teatro, se hace el silencio.

No se oye una mosca, las luces se funden a oscuro.

¡Se acabó el primer acto!

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